lunes, 20 de diciembre de 2010

HASTA QUE DESPIERTES



Nunca devolverás mis voces,
las palabras que quedaron congeladas
entre tus labios y los míos.

Tu amor brota del miedo, no de otra clase de sentimientos.
Mejor  no digas nada,
luego el lamento  se arraiga
y las sombras ausentes crecen y crecen.

La niebla entra en nuestros sueños.
No temas, mi abrazo no se deshará
aunque se diluya la necesidad de sobrevivir
en las ondas de otros cuerpos. 

El azar vive en una calle atravesada,
pero yo seguiré a tu lado
como una parte visible de la nada.
Visitaré tus párpados con mis besos
y hasta que despiertes
 seré tu mago
 en los mares de la madrugada.


martes, 14 de diciembre de 2010

MEMINISSE


Volvió
a mis labios
una noche de abismo negro,
desnuda en la espesura
de un viento inacabado.
Sentía en sus manos
relámpagos de frío
atados a las sombras
de paisajes desconocidos
y  el peso susurrante
de un oculto vacío.

No tenía
nada que rodear.
Mi pecho abría compuertas
sólo para alimentar espectros
con deseos parasitados.
Pero ella volvió, con el perdón desenvuelto
en sus manos ligeras,
como un regalo amurallado con lo efímero.

Volvió
a mis labios
sin importarle cuánto mis entrañas
se habían teñido de oscuro.
Con la mar de fondo
prendida de sus ojos
mecía nuestro viejo barco de amor
en su cintura.

 

jueves, 2 de diciembre de 2010

DELIRIUM


No mezcles
tu grito en llamas,
desvalido como un oleaje
que ya no puedo abrazar.
Reverso en lo más leve
del vacío reconciliado boca abajo,
asciendo en la oscuridad
con el sabor de un tacto antiguo.

Son
los dominios que me despiertan
respirando más aprisa,
sueños incitadores de la lejanía rasgadora
que una vez fuera
el alma.

Vuelve a abrirse
el giro que me inicia
en el corredor de una memoria anonadada
que hierve sin tu voz.
Y puede
que las columnas irreversibles donde vivo
sean solo entradas tenebrosas
sin más paradas que precipicios de piel
bajo las manos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La Mujer de la Mariposa Negra



"Los bosques pueden desaparecer,
pero nunca las tinieblas que albergan"
(H.P. Lovecraft. Los Hongos de Yuggoth)


Ella, la mujer de la mariposa negra  ─no el demonio que mora en su interior contra su voluntad─, acciona el interruptor para encender la luz del salón en el apartamento de JM. Las sombras, tercas, persisten como una neblina de borrosa negrura hasta que poco a poco son absorbidas por las paredes. La mujer sonríe y surge un fugaz destello rojizo en sus pupilas.

Pero este último detalle ha pasado desapercibido para el  tío de JM y su amigo Pepe el Viagra.

Hay un silencio pesado que se propaga dentro de las mentes. Nadie dice una palabra. Da la impresión de que la mujer va a hablar, pero se detiene. Lleva un vestido que le alcanza hasta medio muslo, medias negras  y  unas botas de tacón alto. La mezcla de rasgos eslavos y orientales confiere a su rostro un fascinante atractivo. Parece  una muñeca perdida, un fantasma vagabundo, quizás un alma  buscando a otra alma.
- ¿Qué hace usted aquí? ─arranca con decisión el tío de JM─ ¿Qué quiere decir con que nos estaba esperando?
La mujer se encoge de hombros, se pasa la mano por la frente como quien se desprende de una máscara y contesta en perfecto español:
- Antes que nada, les ruego que me perdonen. No tenía intención de sobresaltarles. Mi nombre es Tatiana, aunque me llaman Sight. Soy amiga de JM.
- ¿Sight?
-  Significa "vista", en inglés ─tercia Pepe.
- Ya lo sabía ─replica el tío de JM─. Sí ─continúa, dirigiéndose ahora a la mujer─, mi sobrino me ha hablado de usted. Con interés, pero con cierto misterio. Que yo sepa, no se han tratado en persona, ni si quiera sabe cómo es usted físicamente, ¿me equivoco?
- No, no se equivoca. Intercambiamos mensajes por internet. Todo comenzó con mis comentarios en el blog de su sobrino. De alguna forma, aún sin conocernos, surgió entre nosotros confianza y complicidad. Con el tiempo, fui advirtiendo de que ciertos aspectos de la vida de JM o de su familia podían  guardar una aparente relación con los fines que persigue la sociedad para la que trabajo. Aquello me resultó sorprendente e hizo aumentar mi curiosidad.
- No comprendo. ¿Para qué clase de sociedad trabaja usted?
- Aquí tiene mi tarjeta ─ se apresuró a decir Sight mientras extraía la tarjeta de visita de un pequeño bolso─. Es una empresa multinacional, aunque, además de invertir en negocios, posee una fundación  o sociedad  que se dedica a conservar ciertos legados históricos.
- Legados históricos –repite para sí mismo el tío de JM. A continuación, saca del bolsillo superior de la chaqueta unas gafas y lee la tarjeta que le ha entregado la enigmática mujer: "Sargon Co. Ltd.Enterprises". Aquello no le decía nada.
- Perdone, señorita...
- Sight, por favor.
- Sigo sin entender gran cosa por no decir nada. ¿Y tú, Pepe?
- Ni torta. Pero, digo yo que nos sentemos y que nos explique aquí la señorita de qué va este interesante asunto ─opinó Pepe el Viagra mientras que su mirada recorría con disimulo las curvas que insinuaba el ceñido vestido de Sight.
- Qué amable es usted, Pepe. ¿Puedo llamarle Pepe?
- Puede llamarme lo que usted quiera, señorita.
- Bueno, a lo que estamos ─atajó el tío de JM─. Antes que nada, dígame cómo ha entrado aquí. Mi sobrino  está de viaje y comprenda que encontrar alguien dentro de su apartamento es, como poco, preocupante.
- Sé que JM está fuera. En concreto, en Bruselas, ¿no es así?
- Sí, es cierto.
- Antes de marcharse, me contó por correo que usted y su amigo Pepe vendrían el sábado por la tarde a cuidar las plantas. Casualmente me  encuentro en Madrid  por razones de trabajo y me pareció una buena oportunidad para conocerles.
- ¿Cómo sabía que era esta dirección?
- Porque no hace mucho su sobrino me envió un libro, una novela escrita por un antepasado suyo.
- Su tatarabuelo. Era militar, escritor de  narraciones fantásticas y aficionado a las Ciencias Ocultas. Tiene que caerle usted bastante  bien a mi sobrino, porque sólo quedan unos pocos ejemplares de esos libros.
- Supondría que yo lo iba a apreciar como se merece. Además de mi trabajo en  Sargon soy historiadora. El caso es que en el libro venía una tarjeta con la dirección de JM.
- ¿Y la puerta?
- Oh, la puerta no estaba bien cerrada. Me apoyé mientras llamaba al timbre y se abrió. Como no habían llegado ustedes, decidí  esperar dentro en lugar de hacerlo en el pasillo.
- Me extraña que mi sobrino no cerrase la puerta con llave.
- Tal vez tendría prisa y se descuidó. Ocurre más de lo que parece.
- Lo que me parece es que es usted un poco atrevida. ¿Tú qué opinas, Pepe? Aparte de poner cara de haba, casi no has abierto la boca.
- ¿Y qué quieres que diga? A mí todas estas cosas no me resultan chocantes, porque tu sobrino está día a día más raro. Y se echa cada amiga, que, en fin, para todos los gustos hay colores. Y disculpe usted, Sight,  lo digo mejorando lo presente, pero es verdad.
- Está raro, Pepe, porque le ha ocurrido algo muy fuerte, por eso está raro. ¿Le ha hablado a usted de Raquel, señorita?
- Nunca de forma directa.  Sé que cuando volvió de Afganistán ya no tenía ganas de vivir. Pensé que algo terrible debió de ocurrirle allí. Poco a poco he ido hilando un detalle con otro y al final he podido averiguar que Raquel, o Rachel, para ser precisos, era el nombre de una militar canadiense que murió en un ataque de la insurgencia talibán durante una misión de la OTAN.
- En efecto, eso es lo que ocurrió. Pero mi sobrino estaba junto a ella. Pensaban casarse en España cuando finalizara la misión. Una granada anticarro sesgó sus planes. JM resultó ileso pero ella fue alcanzada por la metralla cuando intentaba rescatar a un herido. Murió desangrándose en los brazos de mi sobrino.
- Lo siento. Es espantoso, no sé qué decir.
- No se puede decir nada, señorita. A él no le gusta hablar de esos sucesos.
- Lo que noto es que es muy reservado para hablar de sí mismo. A veces, quisiera ayudarle de alguna manera, pero no me deja acercarme. Después de meses escribiéndonos, nunca me ha pedido una  foto o me ha comentado la posibilidad de vernos. Ha creado una barrera entre nosotros, como si temiera, no sé…
- Pues no sabe JM lo que se pierde –interviene el Viagra─ ¿A usted le gustan los ordenadores, señorita?
- A mi sobrino –prosigue el tío de JM, soslayando los comentarios de su amigo─  le cuesta mucho abrir su interior a otras personas desde que era un niño y su madre, mi hermana, se marchó un día de casa sin explicaciones.
- Debió de tener razones muy poderosas para abandonar a un hijo –reflexiona Sight.
- ¿Razones? Dicen que se marchó con un amante.
- Usted sabe que no es cierto.
- ¿Cómo dice? –exclama el tío de JM, sorprendido por la afirmación de Sight.
- Usted sabe que su hermana no tenía ningún amante y que se marchó sola.
- ¿Y por qué iba a hacer semejante disparate?
- Para proteger a su hijo. La historia del amante se la inventó después su marido para  que existiera una justificación creíble.
- ¿Y usted cómo sabe todo eso?
- Ya le he dicho que la sociedad a la que represento tiene vínculos, estrechos vínculos, con los antepasados de su sobrino. ¿Le ha hablado alguna vez de una placa que lleva colgada del cuello?
- ¿Una chapa de identificación militar?
-No, esa no. Una placa perforada con extraños símbolos.
- Sé a lo que se refiere. Es la única herencia que ha aceptado de su madre. Ha pertenecido a nuestros antepasados durante generaciones.
- Sus antepasados han sido los custodios de esa placa durante siglos. Y de una antiguo volumen conocido como "El Libro de los Sollozos".
- Nunca he oído hablar de ese Libro.
- Es posible, pero su hermana sí.
- Ahora recuerdo.
- ¿Algo sobre el Libro?
- No, no. Me he acordado de cómo le llamó mi sobrino cuando me contó que se escribía con usted por internet: la mujer de la mariposa negra. ¿Qué significa eso de la mariposa negra? ¿Es sólo un..., un..., ¿Pepe, cómo se llaman los apodos que se pone la gente  en internet?
- Nicks ─aclaró Pepe el Viagra.
- La Mariposa Negra es el nombre de la sociedad que dirigen algunos miembros elegidos de mi empresa, en realidad, una sociedad secreta cuyo origen  proviene de las montañas de Asia Central durante el imperio mongol de Gengis Khan.
- ¿Qué es lo que usted quiere? Aparte de entretenernos con historietas fantásticas.
- Quiero el Libro de los Sollozos.
- Ya le he dicho que no he oído hablar de él.
- Por favor, todos los miembros de su familia lo conocen. Es necesario que me lo entregue. Lo único que pretendo es proteger a su sobrino.
- Oh, le aseguro que sabe defenderse muy bien.
- No sabe de la gente que estoy hablando.
- Está bien, está bien. Supongamos que yo sé dónde se encuentra el Libro, cuya existencia, por cierto, le aseguro que ignora mi sobrino.  ¿Cómo puedo creer qué es usted lo que dice ser y que sus intenciones son nobles?
- Mis intenciones son nobles porque aunque no conozco cara a acara a su sobrino, es la persona a la que he buscado toda mi vida. Estoy segura de ello. Y en cuanto a si mi identidad es sólo una burda mentira, puedo demostrar que no es así.
- ¿Tiene algún documento legal?
- ¿Un documento que diga que soy la socio "número 0015" de una secta de la época de Gengis Khan? Vamos, no me tome por idiota.
- Entonces, me temo que nuestra agradable conversación ha terminado y que debe marcharse.
- ¿Qué dices, hombre? ─protestó el Viagra─ para una vez que estamos así tan ricamente sentados con tan buena compañía, si hace años que...
- Calla, Pepe, calla. A veces no te das cuenta de que ya no estás en el colegio. ¿Señorita? ─insistió el tío de JM , levantándose e indicando con una mano la puerta.
- Esta bien ─dijo Sight, con un suspiro─. Les daré una prueba de que todo esto no es una invención. Apague la luz, por favor.

La música con los temas favoritos de JM continúa con un volumen suave como un telón sonoro que viene de fuera, de un mundo más cercano al de los sueños.
Comienza a sonar un tema del grupo rumano Akcent: That's my name.

En los ojos de Sight se vuelca la soledad de las lagrimas que se asoman a un vacío oscuro.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El Calor de la Oscuridad


      Dicen que hay millones de millones de universos, y que nosotros, los que vivimos, somos una simple singularidad  en el nuestro. Nadie, desde fuera, tendrá tiempo suficiente para vernos pasar, y nuestros sentimientos desaparecerán como cenizas en una noche sin luna. 

Pero hay cosas que terminan por volver siempre, de una u otra manera. Sin alertar, con la sutileza de una vibración sorda, como el batido de las alas de un insecto: una señal del bien o del mal. 


JM sabe percibir esas anomalías que avisan de que algo extraño irrumpe en la regularidad de lo esperado. Y su tío ha terminado no sólo por creer en esa facultad sino que ha empezado a saber reconocerlas. Cuando la madre de JM abandonó el domicilio familiar y tiempo después falleció su padre de un infarto, fue su tío quien se ocupó de que tuviera un hogar, un porvenir y lo más parecido a una familia. JM jamás le preguntó a su tío sobre su madre y a su vez éste no insistió en el tema: aquel era un vacío que tendría que resolver el mismo JM, si alguna vez lo lograba. 


Es sábado. El barrio donde se encuentra el domicilio de JM es tranquilo y Pepe el Viagra ha encontrado un aparcamiento cerca del portal. El tío de JM sale del Renault 5, todavía jurándose a sí mismo que la próxima vez coge el metro o el autobús. Venir a cuidar las plantas de su sobrino cuando él está fuera puede, a lo tonto, convertirse en una ocupación de riesgo si deja que Pepe el Viagra le convenza para llevarle en su coche. Claro que Pepe tiene un interés que disimula: sabe que después el tío de JM suele invitarle a cenar en una tasca de ese barrio donde sirven unos chipirones en su tinta con arroz blanco para chuparse los dedos.


-    ¿Te acompaño o te espero aquí abajo? –pregunta Pepe el Viagra.
-    Como quieras. Sube conmigo y así no te aburres, pero nada de ponerte a cotillear en las cosas de mi sobrino como la última vez.
-    Hombre, es que tiene un ordenador y unos equipos electrónicos de fábula y ya sabes que a mí me pirra la tecnología.
-    Pues te compras una revista. 
-    Qué malas pulgas tienes a veces;  el mismo mal carácter que tenía tu hermana.
-    Y tú que sabrás.
-    ¿Te crees que no me acuerdo? Pero, hombre, si tú y yo hemos ido juntos al colegio. Cada vez que iba a tu casa me temblaban las canillas en cuanto veía a tu hermana. Qué guapa era. Y qué mala uva. Todavía recuerdo el bofetón que me pegó un día que entré  sin darme cuenta en su cuarto. ¿Qué te parece?
-    Que algo harías para ganártelo –replicó el tío de JM mientras introducía la llave del portal y empujaba el portón-. Venga, pasa.


Un zumbido eléctrico flota en el aire de camino al ascensor. Y, una vez dentro, al tío de JM se le antoja que los números de los botones cobran vida con un laberinto de colores que entran por su iris. Pero esto no es algo inusual para él: al igual que su sobrino, sufre sinestesia, una alteración cerebral que, sin otras consecuencias, provoca que en ocasiones la visión de números dispare la imagen mental de distintos colores;  e incluso suscita que se perciban olores. No, lo inusual es que en lugar de los habituales colores chillones que suele ver, se cierne sobre su mirada una especie de tiniebla, el manto de un cielo lóbrego que se cuela en el estrecho espacio del ascensor. Por unos instantes, el corazón del tío de JM se encoge con temor, consciente de que está sucediendo una anomalía, que algo inesperado va a ocurrir.


“Si  en algún momento llegaras a sentir algo así, que te rodea una espuma de barro y el filo helado de la malignidad quiere penetrar en ti, huye. Huye de donde estés con todas tus fuerzas” –le había revelado JM hacía años.


Pero lo sorprendente, es que no tiene en absoluto la impresión de ser rozado por nada maligno. Es una oscuridad turbadora, pero aterciopelada, cálida, como quien regresa a su hogar después de una larga ausencia en plena noche por un camino bien conocido. Una inquietante mezcla.


Las sensaciones han llegado y han desaparecido en cuestión de dos o tres segundos, sin que Pepe el Viagra se percate de nada. De aquella niebla negra sólo queda flotando un ligero olor: un olor a violetas.


-    Huele a perfume. ¿No hueles a violetas, Pepe? –pregunta el tío de JM.
-    Yo no huelo a nada. Pero ya sabes que mi olfato no es demasiado bueno.
-    Bueno, hemos llegado al piso.
-    Te ha cambiado el color de la cara, ¿te encuentras bien?
-    Sí, no es nada. Vamos, sal del ascensor.
El pasillo es largo, angosto, y está dotado de un sistema de luces con sensores de movimiento que se encienden al paso e inmediatamente después se apagan. Al tío de JM no le hacen gracia estos inventos;  no deja de pensar que unos dedos invisibles van accionando los interruptores y que en cualquier momento se quedarán a oscuras.
-    ¿Es la letra J o la G? –inquiere despreocupado Pepe, al que le encantan toda clase de adelantos.
-    G. G de …
-    Ya. Te he entendido.
-    De Gerona, malpensao. Toma la llave, es de esos diseños modernos antirrobo y a ti se te da mejor abrirla. Dicen que es imposible forzar la cerradura.
-    Pues me parece que está abierta. Encajada, pero abierta.
-    ¿Qué dices?
-    Lo que has oído. Míralo tú mismo.
-    Atiza, es verdad –exclama, sobresaltado, el tío de JM.
-    Y se oye como una musiquilla dentro, por llamar algo a esos ruidos que le gusta oír a tú sobrino.
-    Pues a lo mejor es que ha vuelto.
-    ¿Sin decirte nada? Me extrañaría mucho. Mira que si son ladrones. ¿Por qué no llamamos al portero?
-    Es sábado; hoy no está.
-    Entonces, será mejor que demos media vuelta y avisemos a la policía.
-    ¡Coño, Pepe, no seas cagueta! Seguro que es mi sobrino y vamos a armar un jaleo tremendo por tus aprensiones.
-    Por favor –profiere una voz femenina desde el interior del piso.
-    ¿Quién ha dicho eso? ¿Quién habla? Somos gente peligrosa –amenaza Pepe el Viagra.
-    Y vamos a entrar – añade el tío de JM.
-    Eso. Y vamos a… ¿Vamos a entrar, estás seguro? –continua Pepe en voz baja.
-    Por favor, señores. No se queden en la puerta. Voy a encender la luz –prosigue la voz-. Les estaba esperando.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

ESTARÉ CONTIGO


Madrid, antes de la desaparición.

Al anochecer, la luz cansada se desnuda. En el apartamento ─vacío hasta ese instante─ de JM, la silueta de una mujer se desplaza rasgando las penumbras del salón.  Una mano delgada  roza con suavidad varios objetos de una estantería ─fotos, libros, adornos─ recorriendo su superficie como si los estuviera acariciando, como si percibiera en ellos el tacto de su propietario.

Cuando ya no entra más claridad por las ventanas que el resplandor del alumbrado urbano, ella se mueve por la habitación despacio pero con decisión. Ve en la oscuridad y escucha en el silencio lo que la inmensa mayoría de la gente no alcanza a percibir. Se diría que se mueve entre el mundo material que decora la realidad y la quietud de otro mundo oculto.

Por fin, se detiene junto a un equipo de música, pasa un dedo por la pantalla táctil, espera a que se encienda la pantalla y se sienta en un sillón de orejas.  Frente a ella, sobre una mesa de madera y cristal destaca un marco con la fotografía de una mujer vestida de uniforme militar; tiene una aire clásico, un cierto parecido con Joan Fontaine, la protagonista de Rebecca.  La otra mujer, la de carne y hueso, toma con delicadeza el retrato, murmura algo parecido a un "descansa en paz"  y vuelve a colocar el objeto en su sitio Si una lámpara iluminara de repente el rostro de esta mujer, nos daríamos cuenta de que  guarda cierta similitud con la de la fotografía: su tez es pálida, los cabellos rubios y los ojos azules ─aunque grisáceos y casi tan rasgados como los de una asiática.


Nadie ha entrado en el piso desde hace varios días pero la calefacción central lo mantiene caliente. La mujer se despoja de un abrigo. Lleva un vestido oscuro de escote cerrado que oculta un delicado tatuaje sobre el pecho derecho: una mariposa negra.


O algo semejante.


Mientras tanto, la habitación se impregna sutilmente de una fragancia de violetas.


Una canción a bajo volumen ha empezado a sonar: "I will be here" de DJ Tiesto, un tema  de música trance que es el favorito de JM.


" Y cuando todo parezca desmoronarse...
.... Yo estaré aquí
"


En ese mismo momento, el tío de JM y Pepe el Viagra circulan por la M-30 en el coche de este último. Pepe conduce un Renault 5  con más de veinte años que emite petardazos de humo negro por el tubo de escape. Circula, eso sí, con precaución y lentitud;  quizás con excesiva lentitud , a juzgar por los improperios y bocinazos con que se ve obsequiado por los vehículos que le adelantan. 


- Dale un poco de caña, Pepe ─apremia el tío de JM─, que tengo que pasar por casa de mi sobrino a regarle las dos plantas que tiene. A ser posible, en esta reencarnación.
- Eres muy gracioso. Si aprieto más acelerador me quedo sin motor.
- Podrías comprarte otro coche. Este está ya muy cascado.
- Pues como nosotros, hombre, como nosotros. Que el tiempo pasa para todo. Además, ¿de dónde voy a sacar los billetes? Como no lo pagues tú, porque yo, con la pensión que me han dejado, la madre que los parió...
- Anda, tira para la calle de mi sobrino y no te pongas nervioso,  a ver si vamos a tener un accidente.





viernes, 5 de noviembre de 2010

UNA MUJER DE PASO


Nunca volvieron a cruzarse
nuestros laberintos de carne y hueso.
Perdidos con los nombres
que hicieron lumbre de las sombras
donde ni siquiera
lo soñado va más allá.

La llama de las velas
desnuda cuerpos que ya no están aquí.
Pero, como si fueras a venir,
cierro los ojos desdoblando el olor de la niebla,
el interior de las zonas deudoras
que aún cuelgan unas dentro de otras.

Y casi toda la luz del atardecer sirve
para ablandar mi resistencia a pensar en ti,
en tus abrazos de viento que no dejaban lugar
para fugarme hacia los espejismos de los muertos.

sábado, 30 de octubre de 2010

AUNQUE ESTÉS LEJOS


Sin nada que pueda hacer
sino verter en los vidrios muertos
noches
con los besos que alimentan tu rostro ausente,
en las mismas habitaciones donde los rasgos en clave
se pliegan como voces tatuadas en las sombras.


Mírame aunque estés lejos,
mírame desde las mudas espaldas de las olas germinadas.
Te siento en las manos que el silencio bebe,
en la oscuridad que toca mis labios desligados
de tus labios,
en el rumor del pecho anochecido
por la espuma madura de los recuerdos fugitivos.

domingo, 24 de octubre de 2010

CUERPOS DE PAPEL


En la derrota
primero nos  cubrieron con máscaras desenfrenadas
que olían a tierra,
y nuestro amor se perdió,
como una costumbre en desuso,
por caminos de los que nadie regresa.


Explicadme la oculta relación
de lo invisible dando muestras de dualidad.
Sé que ya sólo veré imposibles réplicas de ella,
símbolos de piedra
que se acumulan en los jardines de tránsito.

El frío detectará espacios asimilados a la sangre,
ausencias acuñadas en formas de llave, vacios
de color azul oscuro,
con la misma inocencia que nuestra primera cita.


Los recuerdos absorben la profundidad
de todos los techos,
anulan la realidad que habita en el suelo.
Y nuestros cuerpos desnudos se transforman en papel.

lunes, 18 de octubre de 2010

LA NOTTE È BELLA (II)


La puerta está abierta y los espectros se regocijan de encontrar la boca de un sumidero donde el olor del deseo, de la apariencia y del vacío conviven juntos con intensidad. Ciegos, sin tacto que se encienda con otro tacto, los fantasmas se agolpan en la entrada. Algunos permanecen indecisos por un instante y, finalmente, se dan la vuelta para perderse en la humedad oscura. Se dice, en secreto, que los fantasmas odian las puertas: hay umbrales que al ser traspasados hacen arder  los escombros de la memoria y toda la miseria del pasado se ilumina de golpe.
Pero estas no son puertas que cruzan una frontera  entre dimensiones, tan solo es la habitual entrada del Kraken Bar.
Hace un año que no vuelvo por aquí. El portero, un gigantesco negro, cuyo pelo comienza a clarear y a exhibir  rizos plateados, me sonríe como si hubiera sido ayer el último día que me saludó.
Ni fue ayer,  ni tampoco hace un año: ha sido toda una vida; una vida que quizás ya no es la mía sino la vida de otro. El tipo que ahora entra ya no tiene nada que ver con el que fue en otro tiempo.
 ¿Nada?
¿Entonces cual es la razón para regresar?
Hay un espacio libre al comienzo de la barra: a todos les gusta adentrarse en el local, cerca de la pista de baile, donde también actúan de vez en cuando bandas musicales–como la popular "Los Escopetas".

 - ¿Qué te pongo?
No conozco a la camarera. Muy alta, con vestido negro bien ajustado y corto. Su rostro no es de facciones finas  y el maquillaje gótico no contribuye a mejorarlo, pero tiene unas piernas de infarto.
- Stolichnaya con hielo.
- ¿En vaso ancho o largo?
- Ancho.
A dos metros, una mujer de melena espesa de color carbón con destellos azulados me observa con descaro, se diría que entre sorprendida y divertida; como  quien de pronto se topara con un alien de películas B.
“Olé tus huesos, morena –pienso, un poco molesto– tienes buenas curvas y te gusta lucir palmito. A ver si calientas las babas de unos cuantos soplapollas que soñarán con tu carne esta noche. Yo solo quiero tomarme esta copa tranquilo, no tengo el menor interés en averiguar de qué vas.”.
Es la hora en que las almas pesan de forma extraordinaria y descienden al ras del suelo y se enmascaran con el polvo de una realidad sin significado.
Todo regresa con distintas formas. Mezclado entre lo desconocido, detrás de miradas donde se mecen los restos de un amor evaporado.

- Scusi –oigo pronunciar a una voz femenina detrás de mí–. Tienes cara de estar perdido –continúa diciendo mientras me rodea para colocarse cara a cara– . ¿Eres de aquí?
Es la morena del pelo eléctrico. Habla en correcto español pero con apreciable acento italiano. Su rostro es redondo y sus labios gruesos y sensuales. Se aproxima todavía más  y ladea la cabeza, de forma que su pelo resbala como una tormenta de relámpagos azul oscuro. Por un momento, pienso que está bebida y pretende morrearse directamente conmigo allí en medio.
- ¿Te comió la lengua el gato? –insiste ella, sin cortarse.
- Soy de Madrid –respondo al fin, algo desconcertado–, pero hacía tiempo que no pasaba por este local.
- Yo soy italiana, vivo en Nápoles, aunque suelo pasar mucho tiempo en Madrid.
- Hablas muy bien el español.
- Grazie.  Yo me llamo Gianna, ¿y tú?
- JM –respondo después de una pausa–, mis amigos me llaman JM.
- Tengo la impresión de que me mientes.
- En absoluto. ¿Por qué crees eso?
- Porque daba la sensación de que estabas dudando.
- Qué va, no es por eso. Es que estaba pensando en otros tiempos, cuando venía por aquí.
Joder, no sé ni de dónde saco ganas para dar una respuesta educada. Hago un esfuerzo por salir del ensimismamiento en que había caído al entrar  en el Kraken. Gianna lleva un atuendo de un tejido como el charol, negro brillante, con un escote generoso que resalta su espléndido pecho. Sin duda, este detalle facilita que vuelva a centrarme en la realidad más inmediata.
- ¿Conoces a gente aquí, en este sitio? –pregunta la italiana, elevando la voz sobre el volumen de la música.
- Seguro. Si me doy una vuelta puedes apostar a que encuentro algún conocido.
- Pero estabas sólo.
- Depende de cómo lo mires.
- Qué gracia –dice ella con sorna– ¿Cómo lo voy a mirar? Desde que te he visto por ahí, con el vaso  en la mano, y con aire de estar más en una iglesia que en un bar de copas, no estabas acompañado. A no ser que tu acompañante sea un fantasma.
- Es hora de irme, estoy cansado –digo con convicción.
- Eh, no te pongas así. Estaba bromeando. Eres misterioso, ya se nota desde lejos, pero me gustan las personas como tú. Soy escritora.
- Fantástico. Yo de escribir, lo justo, pero me alegro de que te guste la gente como yo.
- Es que tengo un sexto sentido.
-Me lo estaba imaginando.
- ¿A qué te dedicas?
- Trabajo para el Estado.
- ¿Policía?
- No, no.
- Militar.
- Puede ser.
- Sí, se te ve cachas. Aunque no pareces militar.
- Como quieras. Tú sí que tienes un buen tipo.
“Y unas tetas que no te las mereces, madre mía, qué espectáculo” –pienso con la boca cerrada.
- Grazie Mille.
- Además eres muy simpática. Y encantadora.
- Entre otras cosas, ja, ja –replica ella, desenfada.
- Pero, de verdad que lo siento, tengo que irme.
- No, no, de eso nada –se opone, Gianna con los brazos en jarras–. No antes de que bailes conmigo. Ahora no puedes dejarme... come dite voi?... plantada. Mira, hombre misterioso, mira lo que te rodea: esto es la vida, lo que puedes llevarte antes de que te des cuenta de que has muerto. No desprecies una risa, una locura, una carezza... Andiamo, la note è bella.
Suspiro hondo y sin protestar me dejo conducir hasta la pista de baile. A toda potencia, los altavoces vomitan la canción de moda "We no speak americano".
"Pa pa l' americano
 Pa pa l' americano
 Pa pa l' americano"

Hace calor. Un brillo tenue de transpiración cubre la parte al descubierto de los magníficos senos de Gianna  mientras bailamos y enlazamos nuestras cinturas.
Ahí fuera, los fantasmas se refugian en los fríos huecos de la oscuridad. Benditos sean.
En el Kraken Bar, la notte è bella.







martes, 12 de octubre de 2010

LA NOTTE È BELLA (I)

       
               Madrid, fechas recientes, de noche.

La noche bebe sorbos de lluvia y el callejón donde he aparcado para ir al Kraken  está lleno de un barro pegajoso. A veces, cruzamos  franjas que pertenecen a otros mundos; arcos hechos de extrañas densidades que pasan inadvertidas a los sentidos de la mayoría de las personas.
Pero no a los míos.
El alumbrado palidece en una oscuridad creciente, como las luces de un barco que se hunde en medio de una tormenta. Algún maldito demonio ha abierto la puerta de atrás. Sobre mi cabeza flota la membrana de una oscuridad aún más profunda que la noche: la negrura que vomitan los que  ya no pueden existir.
El reflejo agonizante de una farola ilumina algo que se desplaza por la acera y cruza delante de mí. Tiene el tamaño de un puño, el color de la arena y varias patas alrededor de una boca amenazadora: es una camel spider, una araña gigante de los desiertos de Afganistán.
¿Qué mierda hace en un callejón de Madrid una araña del  desierto afgano?
“Fucking good question”, hubiera dicho Rachel −Raquel− con su acento canadiense.
Estalla el sonido de un trueno cercano y de repente la oscuridad sobrenatural desaparece como el agua turbia por las alcantarillas. El demonio ha vuelto a cerrar la puerta.
Ya no hay arañas. Y la atmósfera del callejón se limpia del olor a humedad rancia ─un olor a tumba─ que tenía hasta hace un segundo.
Me alcanza un aroma a violetas y siento  la vibración cálida, bondadosa, de una presencia a mis espaldas. Pero ya estoy en la esquina con la calle ancha y luminosa donde se encuentra el Kraken.

jueves, 7 de octubre de 2010

EL COLOR DE CIELO


Su fin de soledades
estaba pasando,
pero las letras lo aplastaron
y las negras terrazas de la derrota
se llenaron de  rostros desplegados
hasta el extremo de un viaje olvidado.

No hay sombra que no siga
la ebriedad de una mentira apasionada
si la voz rodea el deseo
que en alguna parte vive
como lecho de luna, como empuje
de agujas en las curvas de empañadas
danzas en las que creímos.

Con su silencio recorrió
el murmullo aún tendido sobre las manos,
el tacto y el aire
perdido en los suspiros
de aquel encuentro perfecto.
Sus ojos vieron pétalos
de otros cielos, la penumbra que envolvía
nidos contraídos de aquellos sentimientos.
Inexistentes pasos
sobre la lápida que había hecho de su piel.

jueves, 30 de septiembre de 2010

LUNA ROJA


Nadie sabe si con el tiempo regresó
o se perdió anclado en la última duna.
Un muro más de recuerdos
que saltar con la última copa
y la brillante silueta de ojos verdes
ya no será una mano calculadora.
No te puedo decir.
Me contaron que se oyeron crujidos en el suelo de madera
de su piso abandonado,
aquel que tenía tan buenas vistas
en las noches de luna roja.
Al final, si te empeñas en buscarlo, hay siempre
un lugar donde acabas por encontrar un puñado de pastillas
y un espectro que se acuesta cada noche
al lado de tus sueños.

jueves, 23 de septiembre de 2010

LA DESPEDIDA DE MARA (Tártarus IV)


-    ¿Has sentido eso? –preguntó alarmada–  Es el sudario del mal. 

Por un momento, temí que Mara hubiera perdido la razón. Sus ojos miraban ausentes hacia espacios aterradores que solo ella veía. Me giré y la abracé con fuerza.
-    No sucede nada, no te preocupes –susurré a su oído, como si intentara tranquilizar a una niña asustada por el sonido de la tormenta–. Ya sabes que la corriente eléctrica se corta en esta ciudad cada dos por tres.
-    ¿Y la piedra negra?
Separé los brazos que rodeaban a Mara y abrí las manos, aun a sabiendas de que estaban vacías. Me levanté de la cama y escudriñé cada rincón del cuarto. En una esquina, sobre la ropa de mi uniforme amontonada en una silla, estaba la piedra negra.
-    Quiere irse contigo –dijo Mara con voz tranquila–. Tengo el presentimiento de que lo que representa esa piedra está  ligado a tu destino.
-    Mara.
-    Dime, cariño.
-    ¿Te queda alguna botella de Moskovskaya  en la nevera?
-    Por supuesto.

Media hora más tarde,  y un cuarto menos  de botella de vodka, Mara y yo permanecíamos acurrucados en la cama dentro del mudo refugio protector de nuestro abrazo. Yo  jugueteaba formando  rizos con sus oscuros  cabellos, sin apartar la mirada de la mancha del techo con apariencia de alas de mariposa. 
Mara respiraba despacio y hondo, se diría que estaba sumida en un trance hipnótico o que sus pensamientos flotaban bajo las bóvedas de un encantamiento. De repente, siseó algo en su dialecto tártaro, se arrodilló en la cama  y con movimientos leves y sensuales se despojó de la ropa. Luego, me ayudó a quitarme la burda camiseta militar y se tumbó sobre mí haciéndome suspirar al sentir el contacto sedoso de su piel. 
Se incorporó unos centímetros  y, rozándome con los pezones endurecidos, retrocedió  hasta quedarse sentada sobre mis piernas. Puso  las manos en mi cintura  y comenzó a desplazar poco a poco los calzoncillos. Después, las yemas de los dedos descendieron  presionando  mis nalgas y ascendieron con suavidad por el  exterior de los muslos para unirse sobre el pubis.  Las caricias continuaron arriba y abajo,  provocándome una violenta erección y una  inacabable agonía de placer. Por fin, Mara terminó por empujar  los calzoncillos hasta los pies. Con el extremo de la  lengua, recorrió mi pecho siguiendo trayectos sinuosos. Me agité presa de un espasmo de excitación y con una sacudida de los pies  acabé  de desprenderme de los Calvin Klein. Mara posó  los labios sobre mi cuello con ternura, como pétalos de nieve que se fundieran en la piel.
Los músculos de la columna se contrajeron y mi espalda formó un arco sobre la cama. Cerré los párpados y dejé escapar un gemido al tiempo que susurraba palabras que parecían haberse extinguido en mi corazón tiempo atrás. A  punto de explotar,   busqué instintivamente la humedad del sexo de Mara sobre mi vientre y la penetré.
Ella cedió al flujo de la pasión sin tensiones, con una cadencia profunda y tenue, sin exhibir su habitual voracidad cuando hacíamos el amor.
En el torbellino de aquella locura de sensaciones, abrí los ojos y encontré en la mirada de Mara un brillo dulce y purificador que nunca antes había distinguido en sus pupilas.
Aquel latido de luz llegaba desde la larga palidez de un sueño.
No era Mara.
Era otra mujer a quien Mara prestaba su cuerpo.
Su mejor regalo de despedida. El más generoso gesto de amor.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

EL DESCONOCIDO (Tártarus III)



        Un día de noviembre de 2006, de noche.
        Bishkek. Kirguizistán.

 
La oscuridad siempre está cerca de aquellos que no saben alejarse a tiempo de los espectros que dormitan en su memoria. La oscuridad cae también sobre Bishkek en forma de noche desnuda y fría, como la piel de un ahogado.  No hay luna ni estrellas en ese cielo; tampoco más allá hay ángeles o demonios. Tan solo un mar de aguas negras donde se apilan todas las ilusiones marchitas; tan sólo una nada que también muere.

 
Mara, lleva puesta una amplia camiseta negra con el dibujo de unas llamas en la espalda y un letrero debajo que dice: “Enjoy Tartarus Amusement Park. Afghanistan." A través de la ventana,  dirige sus ojos hacia la fantasmal  bóveda nocturna.
-    ¿En qué estás pensando? –pregunto. Estoy tumbado en la cama, vestido con una camiseta militar color arena y unos calzoncillos Calvin Klein.
-    ¿Qué dices?
-    Digo que en qué estás pensando –repito, girando con brusquedad, casi con saña, el botón de sonido del reproductor de música portátil de Mara. Las estridentes notas del Satisfaction de Benny Benassi  se convierten ahora en un débil murmullo.
-    Ah, en el cielo, en cómo debe de verse el cielo en otro sitio que no sea este lugar.
-    ¿En Tunguska, por ejemplo?
-    ¿Estás de broma, no? –responde ella seria, al tiempo que se da la vuelta–. No me atrae la idea de de volver a la tierra de mis padres; allí no hay más que pobreza. No, pensaba en un sitio distinto por completo: en Londres. He conocido a una mujer de negocios que casualmente es de ascendencia tártara como yo y me ha ofrecido trabajar para una especie de fundación o empresa. Tienen una  sucursal en Londres.
-    Es una magnífica oportunidad, pero ¿es de fiar esa mujer?
-    Oh, sí. He comprobado que la empresa  existe. Es muy importante, se llama Sargón y se extiende por un montón de países. Tengo unos familiares que están al tanto del mundo de los negocios y lo han confirmado.
-    ¿Qué familiares? ¿Los primos que trabajan para la Organizatsja,  la mafia rusa?
-    Aquí todo el mundo tiene algún conocido que esté relacionado con la Organizatsja. Esto es Kirguizistán , cariño. El caso es que la oferta es legal y voy a aceptarla. No quiero quedarme aquí cuando tú te vayas. Porque te vas a marchar muy pronto, ¿verdad?
-    Iba a decírtelo, Mara. Estaba pensando como…
-    ¿Cómo largarte sin decirme una palabra?
Mara dio un salto con la agilidad de una gata, aterrizó a mi lado sobre la cama, se apoyó en los codos y me miró como si llevara un siglo esperando una respuesta.
-    No seas tonta…, yo, lo que quería decir era que, bueno, que, podrías reunirte conmigo en España. Podría conseguirte trabajo y permiso de residencia para que estuviéramos juntos, si  quieres.
-    Tú no puedes vivir con nadie. Al menos, ahora. Sería como compartir hogar con un desconocido. Lo sabes y yo lo sé. ¿Cuántas veces hemos hablado de ello? No directamente, pero sí a propósito de esa mujer que mataron en Afganistán. Ibas a dejarlo todo por ella, a cambiar de vida y empezar otra, quizás en su país. Hasta que pase mucho tiempo no habrá cabida para un amor como ese en tu corazón, quizás nunca. Y lo que es peor: mimas la oscuridad de tu corazón, te resistes a desprenderte del plumaje de los muertos.
-    ¿Qué quieres decir con eso del plumaje de los muertos?
-    Es una frase hecha. Una frase de mis antepasados  tártaros. Significa que no dejas que se corte el vínculo natural con la muerte. Todas las cosas en el universo son así: aparecen y desaparecen para transformarse y seguir caminos que no entendemos. No debes oponerte a esa corriente. Va contra el orden de la Naturaleza.
-    ¡Va contra una mierda! Nadie va a convencerme para que olvide, nadie, ¿me escuchas?
-    No te enfades. No te estoy diciendo eso. Sólo que sigas tu destino y dejes a los fantasmas que sigan el suyo hacia la nada o lo que sea que exista más allá. No significa abandono, significa cortar una obsesión que puede volverse maligna, que puede atraer espíritus indeseables.
-    Mara, sé que todo lo dices por mi bien, pero no quiero seguir dando vueltas a este tema. Además, por mucho que insistas yo no puedo entender esas leyendas vuestras, de los tártaros, sobre los espíritus y lo seres del mal…, todo eso.
-    No son leyenda… Debes protegerte o los muertos volverán con otras formas.
-    Anda, dejemos de discutir, ven aquí.
-    Espera, quiero hacerte un regalo. Un regalo de despedida.
-    Por favor, no hables así. Seguro que nos volvemos a reunir muy pronto.
-    Vale, pero me gustaría que te quedases con esto –dijo Mara, sacando del cajón de la mesilla una piedra esférica de color negro–. Ponla con tus cosas, así no se te olvidará al marcharte.
-    Mara, sé que este objeto tiene valor para ti, sin embargo los amuletos y cosas por el estilo no tienen significado para mí. No necesito nada para acordarme de ti. Si no te hubiera encontrado, si no hubiera esperado reunirme contigo , si no hubieras estado a mi lado después de… en fin, no sé, no sé qué locura podría haber hecho.
-     Chsss, no digas más y guarda la piedra. No es nada mágico, es una piedra de Tunguska, pulida y decorada. Pero representa a un objeto sagrado en nuestra tradición: una gema que pertenecía a un pueblo misterioso que habitó en  la tierra de mis antepasados. Esa gente adoraba a las sombras y celebraba ritos en los que sacrificaban a  extrañas bestias: unos animales  que tenían aspecto de gigantescas mariposas negras y se alimentaban de sangre. La piedra protege del Lobo Blanco.
-    ¿Quién es Lobo Blanco? –pregunté, fingiendo interés,  mientras cogía la piedra. Lo último que deseaba es que Mara pensase que despreciaba las creencias ancestrales de sus antepasados.
-    No lo entenderías, pero para explicarlo en términos occidentales, vendría a ser como una encarnación del mismísimo Satán.
La habitación se oscureció de golpe y la atmosfera se tornó espesa y pegajosa como si el aire se hubiera convertido en petróleo. Apreté con fuerza la piedra negra que guardaba en mi mano. Sentí un brusco dolor de cabeza, como un hierro que me atravesara de sien a sien.  Hubiera jurado que algo o que alguien nos hacía flotar sobre la cama.
Un instante después volvió a encenderse la lámpara de pie. El resplandor macilento que emitía la bombilla recortó los objetos de la habitación con un aura siniestra.

-    ¿Has sentido eso? –preguntó Mara alarmada–  Es el sudario del mal.