lunes, 8 de febrero de 2010

MASCARADA

 



  -   Este fin de semana me voy de carnavales
No me produjo sorpresa escuchar ese comentario a mi sobrino. En nuestras conversaciones telefónicas de los últimos días había notado un tono de voz con más vitalidad. Quizás, dentro de las fases que sufría de brumas oscuras y otras –aunque no luminosas– menos nubladas, podría decirse que se encontraba en un día soleado de invierno.
En ciertas ocasiones, pensaba que no debía haber sobrevivido al accidente de tráfico donde murió la mujer que amaba. En otras, llegaba a creer que todo lo que quedaba atrás era perdonado.
Y que tal vez encontraría un alma semejante a la de aquella mujer que había querido con todas sus fuerzas.
-          ¿Dónde vas? ¿A Rio de Janeiro, a Venecia? –pregunté, conociendo sus inquietudes viajeras.
-          No. Ya visité Río y no me apetecen más batucadas. Venecia siempre es maravillosa y realmente mágica en carnaval. Pero ya estuve allí, en Venecia, con ella, ¿recuerdas? Y no podría volver ahora.
-          Es verdad, sobrino, perdona. No me acordaba de que hicisteis aquel viaje al carnaval de Venecia juntos. Qué mala cabeza tengo.
-          No te preocupes, tío. Verás, ahora no voy a salir de España.
-          Déjame adivinar… ¿A Tenerife?
-          Frio, frio.
-          ¿A Cádiz?
-          Frio, frio. No sigas. Me voy a Águilas, en la costa de Murcia.
-          Ahora que lo dices, mis amigos de Cartagena me han hablado muy bien de las fiestas de carnaval de Águilas. ¿Vas solo?
-          Sí. Ya encontraré compañía allí.
-          Estoy seguro. Que sea para bien.
-          ¡Qué cosas tienes! ¿Por qué no va a serlo?
-          Porque tienes la facultad de enredarte con las mujeres más complicadas y extrañas.
-          No exageres. Hay veces en que pareces más mi abuela que mi tío. Ya te contaré.
 

Un atardecer del verano pasado, mientras le acompañaba dando un paseo por la Plaza de España, mi sobrino se detuvo en seco, con la mirada perdida entre la multitud que iba y venía. De repente, comenzó a murmurar algo tan raro que no lo he olvidado. Dijo que muchos iniciados de todas las épocas habían afirmado que lo que llamamos realidad no tiene forma, que es como una niebla ondulante. Son nuestros sentidos los que hacen que esa realidad sea sentida por nuestro cerebro como color, como sonido, como placer, como dolor... Allí fuera no hay nada; sólo es "maya", ilusión. Y nosotros, durante la fugacidad de una existencia, hacemos que lo inmaterial se convierta en tangible. A eso es lo que llamamos vida.
- Entonces para ti la vida sería como una mascarada –comenté en aquel momento.
- Exacto. Tú lo has dicho, tío.

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