lunes, 1 de marzo de 2010

PLUMAS DE CUERVO


A veces, si se miran los antecedentes de una calamidad se descubre que no ha surgido de repente, sino que desde atrás se han ido amontonando granitos  y granitos de un funesto destino.
            Es como lo de mi tía abuela Remedios. No es que el día en que se tomó medio vaso de paraquat  un líquido para secar las malas hierbas y uno de los venenos más potentes que existe hubiera decido abandonar esta vida por la salida de emergencia. Ni ese día, ni el mes antes, ni el año antes.
          No vivía con nadie. El único novio que tuvo dejo sin cumplir su palabra de matrimonio por culpa del una bala de Mauser durante la batalla del Ebro en 1938. Se fue a Madrid, a vivir con una sobrina con quien se entendía bien y continuó en la misma casa cuando se casó la sobrina y llegaron dos niños. No fueron malos tiempos hasta que un año decidieron pasar el veraneo en un camping de playa en Tarragona llamado los Alfaques. Mi tía abuela Remedios quiso quedarse en  la casa de Madrid. El resto de la familia pereció carbonizada. Un día se despertó descubriendo que no podía mover la mitad de su cuerpo ni pronunciar una palabra coherente. Dieron con ella cuando estaba casi muerta de deshidratación y frío. No llegó a recuperarse y cuando fue trasladada a una residencia tenía que desplazarse en silla de ruedas.
            Nadie se explicó cómo pudo subir una cuesta para llegar hasta la caseta del jardinero y coger el frasco de paraquat.
            Siempre la conocí de luto. No decidió su suicidio un día antes, ni un mes antes ni un año antes. Cada paso, a veces más corto, otros más largos, de su vida le había dirigido a ese final. El destino había ido colocando golpe tras golpe, estudiados, precisos, hasta doblegarla. Hasta que llegó al convencimiento de que su llegada a este mundo sólo tenía un fin: quitarse la vida tragándose un vaso de veneno.
            Todo lo demás pensó, quizás, en los últimos instantes habían sido gestos inútiles.
            Como plumas de cuervo en un callejón oscuro.

4 comentarios:

  1. Intimista siempre es un placer entrar a leer tus papeles arrugados, ya forma parte de mi cotidaneidad.
    En está ocasión el suicido: Explicar la decisión final y las circunstancias de vida desencandentes de una manera sencilla, que el lector lo entienda y a la vez exquisitamente poética es díficil. Tú logras hacerlo. Y la frase final resume todo como broche de oro: una vida de gestos inútiles como plumas de cuervo en la noche.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Melody. Me encanta verte por aquí de nuevo y sabes que aprecio tu compañía y tus comentarios. Esta vez he puesto un relato triste, negativo, lo sé. También lo he simplificado: sólo necesitaba expulsar mis propios venenos internos, tampoco era necesario recrearse en la oscuridad. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  3. A simple twist of fate... tampoco quiero ponerme terrible. Suicidio es una palabra mayúscula. Quitarse la vida. Basta, tiro la toalla. La vida a veces está plagada de banderillas de castigo...

    ResponderEliminar
  4. Sí, a veces, como tú dices, la vida se llena de banderillazos. Una vuelta de rosca más y... En fin, como dije, tenía que soltar veneno. Pero, no, en serio, hay ocasiones que pienso en que quizás no hay nada antes o después de la vida, ni ningún destino que te dirija más allá de las leyes de la naturaleza. Pero, precisamente por eso es, importante saber que alguna vez se ha amado, que se ha compartido, que uno se ha entregado sin interés. Al menos habremos dado unos gestos útiles.
    Gracias por pasarte por aquí y dejar tu comentario, Bellaluna. Un abrazo.

    ResponderEliminar