miércoles, 20 de julio de 2011

BELLA TENEBROSA


Con la memoria de los deshechos,
en la madrugada temprana
escalan las imágenes de ella.
A través de vidrieras palpitantes
las luces de un cielo de ausencias
golpean como piedras violetas.

He estado antes en las esquinas
donde la piedad crepita
y los besos juegan al vacío en el espejo,
reflejos de lo ilusorio que dependen
de una mirada perfecta, fugaz, irrepetible,
y de una palabra secreta como un copo de nieve negra.

Mi amor se desgasta,
es un viejo  libro que nadie hojea,
brillante e inmóvil bajo una fiebre de belladona.
Ella
regresa de  los brumosos bosques,
fulge en una herida de olvido
como una diosa en las tinieblas
de los desaparecidos.




miércoles, 6 de julio de 2011

RIMA


-    ¡Hola! –dije aproximándome a ella, mientras me esforzaba en aparentar un talante confiado e indiferente–. Te he visto otras veces por aquí con algunas amigas. ¿Estás esperando a alguien?
-    No entiendo.
No sabía si es que no entendía bien el español o era a causa de que Héctor hacía retumbar los altavoces alentado por las numerosas personas que brincaban con sus mezclas.
-    ¡Digo que si estás sola o has quedado con alguien! –grité, arrimándome un poco más.
-    No espero a nadie –respondió con sequedad.
-    ¿Vives en esta zona?
-    Sí.
-    Este sitio no está mal –comenté, por seguir hablando–. No hay muchos locales abiertos por aquí ahora. ¿Tú conoces alguno que tenga buen ambiente?
-    No.
Procuré no desesperarme, intentando averiguar si la rumana no me comprendía del todo o estaba demostrando, sin más, que pasaba de mí.
-    No quería molestarte –dije, poniéndome en guardia–. Era por si te apetecía charlar o bailar conmigo.
-    Ya estoy bailando.
-    Ya veo.
Sí, ya veía; y también que no era muy entusiasta de las conversaciones nocturnas, por lo menos conmigo.
Tampoco me sentía yo con ánimo para soportar más aquella cortante actitud, así que empecé a distanciarme con aire distraído, simulando que algo reclamaba mi atención al fondo de la sala.
-    ¡Espera!
La voz me alcanzó por detrás, profunda pero dulce, entre las notas chirriantes del techno-house, cuando ya me había separado unos pasos. Giré de golpe, y el corazón me dio un vuelco al encontrarla pegada a mí, esbozando una sonrisa provocativa que delataba unos colmillos levemente acentuados y puntiagudos. Los focos rotatorios cobraron mayor vida, irradiando grietas de luz que me permitieron estudiar mejor su rostro –a la vez delicado, enérgico y fascinante, como el de una cariátide–, el cutis pálido, resaltado por la tonalidad de su pelo, y los ojos que alumbraban nubes de tormenta a punto de descargar relámpagos. Incapaz de soltar una palabra, mi boca anhelaba fundirse sobre sus labios góticos pintados de violeta oscuro. Unos labios que prometían franquear los meros puertos de la pasión y trasladarme a un territorio ignoto y hechizado.  
-    No me has dicho cómo te llamas –añadió ella, dejando rodar las sílabas con una entonación distendida y en algún punto áspera pero armónica.
-    Ah –dije, un poco desconcertado–, mis amigos me llaman JM. Jota Eme ¿entiendes?
-    Claro: jóteme –repitió, con aire inocente.
-    No, por Dios, Jota-Eme.
-    Da, lo que he dicho, ¿no?, JM.
-    Vale, perfecto. No sé si me estás tomando el pelo. Dejémoslo. ¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?
-    Mis amigos me llaman Rima.
-    ¿Rima?
-    Rimavsky.
-    ¿Eso es un nombre?
-    Un apellido, pero me llaman así desde niña.
-    Pues me alegro de conocerte, Rima. Me gusta tu nombre.
-    Anda, vamos a la barra a tomar algo –dijo, apoyando su mano en mi hombro con un destello enlutado en la mirada.
Permanecimos hablando durante un rato, mientras nos explorábamos con los tentáculos intangibles de un deseo encubierto. Ella con un refresco de naranja en la mano y yo  dando unos sorbos a otra copa de Stolichnaya.
Rima me confirmó su origen rumano. El aura de hermetismo que  la ceñía se fue disgregando mientras contaba que, aunque toda su familia era de origen eslovaco, había nacido en Brasov, una importante ciudad próxima a los Cárpatos. No pude reprimir el desatinado comentario: “¡Entonces, eras vecina del Conde Drácula!”. Enseguida me mordí la lengua, ante mi ocurrencia sin gracia. Por la expresión tensa de su cara, me percaté de que el tópico no le hacía mucha gracia –me imaginé que estaría ya más que aburrida del chiste fácil–; sin embargo, no tardó en relajar sus facciones y, tras un suspiro, reanudó sus confidencias. Llevaba varios años viviendo en España, aunque únicamente unos meses en esta zona de la costa Mediterránea. Había alcanzado un considerable dominio de nuestro idioma, aunque arrastraba todavía algunas dificultades con la pronunciación y con el sentido de las frases hechas.
Por mi parte, como acostumbraba a hacer por prudencia en circunstancias análogas, no revelé demasiados datos personales, desviando la conversación hacia cuestiones triviales de mi pasado.

Desde su cabina, Héctor, el DJ, no nos quitaba ojo y me hacía señales con los dedos que podían tener cualquier significado en su exaltado entendimiento. Rima y yo hablamos, en definitiva, nada más que de las cosas que flotan en la superficie de la vida; bailamos y rozamos nuestros cuerpos excitados, hasta que por fin me atreví a plantear un cambio de escenario.
-    ¿Qué tal si nos vamos a otro sitio?
-    ¿No dijiste que no había otros locales como éste por aquí? –objetó Rima.
-    Es cierto –admití–, hasta que llega el buen tiempo no abren otros bares de copas. Pero, no sé, podemos, podemos…
-    Si quieres –se adelantó ella, despreocupada–, si te apetece y no estás cansado, podemos ir a mi casa un rato.
-    ¡Oh, no, no!  –exclamé, sorprendido por su desenvoltura–. Quiero decir que no estoy cansado. Por mí estupendo.


Ése fue mi  segundo error de la noche.







 Ela Rose es una cantante rumana  pero el video está rodado en Budapest,  al principio se ve el Puente de las Cadenas sobre el Danubio. Adoro Budapest.