miércoles, 9 de noviembre de 2011

A LAS DOCE


Es temible ser el territorio
del vacío para encontrarte
entre las cuerdas que llamean
su sonido frío
donde yacen nuestras palabras
como esmaltes de estrellas
apagadas.

A las doce reluce
la puerta que me convierte
en hielo de pequeños venenos,
en espejo que recluta el resto
de lo invisible, manos
ante extraños secretos
en los huesos pintados de oscuro.

Voz que amo con sigilo
de ventanas impávidas,
de arena desempeñando
el color de la nada.

¿Me quieres?
Supongo que es así
aunque me aísles de esa culpa,
aunque nunca digas nada
cuando me acuesto a tu lado
sin desprenderte demasiado aprisa
de la ropa de otros mundos.
Algunas cosas no
tienen símbolos,
ni gestos, ni sueños, ni sinapsis.

No temerás esta hora.
Vuelvo, lo ves,
vuelvo sobre el cráter
de los versos que te ofrecí
y nadie ha entendido,
sobre tus dedos que hojeo
con pasión de sombra,
sobre el polen de tu pelo que propaga
escalofríos en mi máscara.
Sobre ti.