domingo, 29 de abril de 2012

CONFIDENCIAS


Paso por las oscuras sedas de las líneas,
por en el candente universo de tu interior,
por tu cuerpo recogido en mi  imaginación
retándome a descifrar cada silencio.

En los mensajes veo
el reflejo de tus ojos,
la negrura intacta de ocultos preliminares,
la  huella de pasajes retorcidos
que conducen a un paraíso violeta.

Sueño con tus labios que hacen imposible
una huida,
con el deseo que toca tu sombra,
con caricias de mariposa y boca
urgente de mar,
con el remoto secreto de una pasión.
 

domingo, 22 de abril de 2012

HAPPY HOUR


No era ni muy joven ni demasiado guapa, pero el vestido ajustado a su cuerpo permitía exhibir unas curvas provocativas capaces todavía de hacer arder el deseo de cualquier hombre. Los muslos firmes y tersos que quedaban al aire y el escote permitiendo ver los senos apretados y turgentes añadían un toque de vulgaridad obscena que excitaba aún más mi morbosidad.
No era culta, ni pretendía serlo.Era carne de sábado, de disco bar con sesión de salsa, de  happy hour y bandeja de saladitos gratis.
Hicimos el amor en un hotel cerca de la Plaza de Santa Ana a la hora en que comenzaban a poner los croissants en los carritos del desayuno. Nada fuera de lo corriente en las madrugadas madrileñas. El mismo lugar donde había estado otras veces.
Una noche más en cielos que huelen a hambre de piel y a perfume de Christian  Dior.
Solo en una ocasión no pude acostarme con la mujer que me acompañaba: era demasiado dulce, sus ojos  se abrían a mi dolor con el mismo reflejo que aquella otra a quien había amado tanto.
Pero el resto de las veces que pasaba por Madrid y ponía fin a una noche de olvido y hastío hacía exactamente eso: acostarme con un cuerpo de mujer, o buscar un sitio para follar, si quieres que te lo diga claro.
Cada vez que volvía a pasar por el mismo túnel de máscaras y lascivia me asqueaba más. Me sentía más y más sucio.
Hubo noches en que no podía empezar o, por el contrario, terminar. Hasta que atraía
hasta las sábanas el recuerdo de la mujer muerta, de la mujer fantasma. Entonces todo iba muy rápido.
Ahora ya casi no voy a Madrid. Y cuando lo hago no paso de tomar una copa o dos en la vieja Tula, donde las hijas han sucedido a las madres. Donde un día soñé con besos y versos y ahora me apoyo, cansado, sobre la barra y trato de limpiar una y otra vez manchas de sangre imaginaria.
No, no hay en mí mucho de buena persona.




jueves, 12 de abril de 2012

LA MARIPOSA NEGRA: EL DUKH (y 2)


Con una mueca burlona, Mónica dio por concluidas sus confidencias y se volvió de espaldas, atrajo la atención de un camarero, pidió un par de bebidas y se puso a conversar con él como si fueran íntimos de toda la vida. Sin embargo, a los pocos minutos se giró de nuevo, sonriente, y me alargó una copa. El cristal del vaso estaba moteado por partículas doradas que resplandecían con la luz mortecina del local.
-    Gracias, Mónica. Voy a pagar y si quieres buscamos una mesa –propuse, dejando patente que mi enfado se había evaporado.
-    Aquí estamos mejor si quieres ver de cerca el espectáculo. Y no hace falta que pagues nada, estamos invitados.
-    ¿Sí? Estupendo, pero, ¿a qué viene esa atención?
-    Siempre me invitan –reveló–. Ten en cuenta que a menudo les proveo de buenos clientes.
En el fondo, no podía evitar cierta sensación de incomodidad porque ella se desenvolviese en aquel lugar como pez en el agua, en tanto que yo me sentía como un intruso en una jugada cuyas reglas desconocía. Mi desazón se vio acentuada por un fugaz estremecimiento, indicándome que, una vez más, estaba siendo vigilado de modo intenso y furtivo, aunque en esta ocasión, lejos de ser asaltado por vibraciones hostiles o desagradables, me arropó la densidad cálida y serena de un invisible abrazo.

Cesó la música y varios haces luminosos enfocaron la pista, anunciando una nueva función.  La artista se desplazó despacio en el interior del círculo, envuelta en una túnica que transparentaba la plenitud de sus músculos. Ondeó la cabeza, despejando los mechones de pelo alisado y caoba que velaban sus rasgos asiáticos. La explosión de un destello descubrió un bruñido cáliz de cristal en sus manos, una de las cuales estaba enfundada en un guante negro. Acercó unos temblorosos labios al borde sin llegar a rozarlo, susurrando quizás un conjuro silencioso, e inhaló el vaho de un líquido incoloro. De inmediato, escupió una nube de pétalos ardientes que permanecieron flotando por encima de su cabeza hasta adoptar la forma de un rostro femenino. La imagen volátil se fragmentó en multitud de minúsculas réplicas que cobraron vida para salmodiar un coro de sonidos vibrantes y monótonos. Todo el cuadro se disolvió emanando un fugaz olor a ozono, y en el aire brotaron serpientes azufradas que se desplomaron con el goteo de una lenta hemorragia. Las luces se apagaron y volvieron a brillar al tiempo que resurgía la música ambiental. Pero la mujer ya no se encontraba allí. Tras el golpe visual, los aplausos resonaron con fervor. 

-    Se llama Drak –musitó Mónica, complacida con su papel de guía personal–.  Y es una de los guardaespaldas de Sight, además de Sergei, por supuesto.
-    ¿Es que necesita ir escoltada? –inquirí.
-    Sight es una mujer de negocios, con establecimientos y sociedades en todo el mundo. Esa clase de empresarios suele precisar protección, todavía más si es mujer.
-    Entiendo. Me imagino que tratará con personas de todas las condiciones y nunca se puede estar seguro de la intención que esconden. Pero, ¿de dónde habrá sacado a las que trabajan en estos espectáculos?
-    Verás, al parecer todos tienen en común poseer algún tipo de don.
-    ¿Un don? ¿Qué quieres decir?
-    Una facultad, una habilidad fuera de lo corriente.
-    Te refieres  a la capacidad de ejercitar trucos…
-    No, no son únicamente trucos, al menos no en su totalidad. De hecho, son seres que en su mayoría han sufrido rechazo o marginación debido a sus propias cualidades. Muchos de ellos vivían casi en la pobreza o en la clandestinidad.
-    ¿Y cómo han llegado a parar aquí? –pregunté cada vez más intrigado.
-    Sight  es su protectora. Ha recorrido todo el planeta, no sólo ciudades y  regiones turísticas usuales…, bueno tú sabes bien a lo que me refiero. Yo diría, incluso, que los iba buscando. Cuando localizaba alguno, les ofrecía cobijo y empleo.
-    Nunca había oído hablar de un benefactor de esa clase. Bueno, salvo los que  deciden instalar un circo… ¡Me tomas el pelo, Mónica!
-    ¡Oye, que es verdad! –dijo propinándome una ligera palmada en el pecho–. He traído en varias ocasiones a clientes acaudalados que deseaban conocer otros aspectos curiosos de la ciudad, además del legado arqueológico. No siempre es sencillo entrar aquí y en mi primera visita tuve que entrevistarme con “la jefa”, como ellos acostumbran a llamarla. Más tarde, en el transcurso de otras conversaciones, me relató lo que te acabo de explicar. Estoy habituada a relacionarme con toda clase de gente y te aseguro que no me produjo la impresión de que estuviera intentando endosarme cualquier embuste. Es más…
-    Esa mujer…–interrumpí–. Perdona, sigue.
-    No, no, ¿qué ibas a decir?
-    Nada, que esa mujer  parece un pozo de enigmas.
-    Sí. Y, además –continuó, acercando sus labios a mi oído–, yo creo que ella tiene también algún instinto peculiar para distinguir a cualquier individuo que posea esos dones tan especiales.
No cabía duda de que a Mónica le encantaban ese género de habladurías, y yo no tenía ningún problema en seguirle la corriente.
-    Desde luego –corroboré–. Si no, no se comprende que haya reunido a tantos, según dices. Me figuro que no se encuentra uno con ellos dando un paseo.
-    En cierto modo, tú también tienes alguna faceta semejante.
-    ¿Yo? –exclamé, atónito– ¿Cuándo me has visto hacer trucos de magia?
-    Tus dolores de cabeza… Tus presentimientos… A veces me das miedo.
-    Qué tontería. Eso es como el que le duele la rodilla cuando va a cambiar el tiempo. Las migrañas pueden ser provocadas por estímulos…
-    No me coloques una de tus disertaciones médicas. Te conozco bien y tienes que aceptar que eres bastante raro.
-    Yo no. Mis antepasados sí que eran misteriosos, o, más bien, proclives a profundizar en las simas de lo esotérico. Precisamente por eso, procuro huir de las presunciones que no se fundamentan en evidencias racionales.
-    ¿Y esas extrañas técnicas de lucha que practicas? –insistió Mónica, dispuesta a no darse por vencida.
-    No hay nada extraordinario en ellas. Es sólo adiestramiento. Desde muy joven me gustaron las artes marciales y no he dejado de entrenar nunca. Aunque, para ser sincero, escondo un pequeño secreto…
-    ¡Ay, cuenta, cuenta! ¡Me encantan tus secretos!
 

 Los reflectores lanzaron varios fogonazos sobre la pista circular, los sonidos volvieron a secarse abruptamente en los altavoces y un cañón vomitó una cortina de humo. Sin más preámbulos, hizo su entrada una mujer de larga cabellera oscura iluminada por abundantes hebras plateadas. Tan sólo dos dilatadas y vaporosas bandas de gasa, que flotaban como cascadas tras sus pasos, se ceñían sobre sus caderas y senos. A lo largo de las piernas se estiraban sinuosos tatuajes en forma de enredaderas y, en la cúspide del pecho, el dibujo de la mariposa negra que, a estas alturas, consideraba ya la marca de la casa. La expectación en la sala sobrevolaba las sombras y el silencio. La luz tiritó, ensangrentada, espesa. Esperaba el  hechizo de una danza del vientre, pero la música llegó como el tañido de una campana en la tormenta. Y luego, una melodía de ritmos suaves y pegadizos con matices orientales que no me resultaba desconocida: “Metamorfoz”, de Tarkan.  La letra de la canción estaba en turco pero recordé que el estribillo decía en  español “Ella piensa que es la reina de este mundo”. Bajo el influjo de los latidos musicales y el resplandor nebuloso en torno a la piel bronceada de la artista, se diría que la oscuridad cobraba vida y se encarnaba en el cuerpo de una amante destructora y al mismo tiempo coronada por una belleza voluptuosa y arquetípica. “Seguro –pensé- que hay maneras más rápidas de matarse que tener una aventura con una mujer como esa.”Sus dedos de arena recrearon  torbellinos que expandieron ondas en los hombros y en la cintura. Enseguida, emprendió un movimiento de rotación como el baile de un derviche y fue agachándose sin cesar de girar hasta flexionar casi del todo las rodillas. Mientras se movía, me lanzó un vistazo eclipsado que encendió una involuntaria respuesta en mi interior:
“¿Qué vas a mostrarme? -pensé- ¿Cómo exprimes el dolor  y lo balanceas a favor del viento que arrastra tus oscuras gotas? Yo también puedo hablar de eso, pero no será ahora y no será  contigo, bailarina de terrores antiguos.”

 El burbujeo de una tormenta lejana fue solapando la música y otra descarga de humo artificial sumió  el espacio en tinieblas purpúreas. Cuando retornó  la claridad, sólo la presencia de una esfera de nácar ocupaba la pista. La esfera palpitó, se agrietó y la artista resurgió de su interior esparciendo fragmentos blanquecinos. Al incorporarse majestuosamente, creí vislumbrar las alas de un gigantesco murciélago, pero al disiparse el humo por completo, pudimos apreciar que la bailarina exhibía las suaves alas de una mariposa floreciendo de su espalda desnuda. Ladeó con lentitud la cabeza, hasta que esta vez sin disimulo proyectó sobre mis ojos las centellas de una mirada maléfica, sin fondo. En los límites petrificados de mi mente, convertida en un solar irreal, asomó una cita evangélica: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”.
-    Su nombre es Gianna – comentó Mónica–, y el espectáculo se llama…
-    Metamorfosis –me aventuré a adivinar.
-    Exacto. Muy observador: la metamorfosis de una crisálida escapando de su capullo convertida en mariposa. ¿Qué te ha parecido?
-    Que la artista es una bailarina extraordinaria y los efectos especiales asombrosos. Su nombre también es precioso y apropiado para un una mujer-mariposa, o demonio o ángel que ni siquiera Swedenborg hubiera sabido dónde ubicar en su Arcana Celestia.
-    ¿Quién es Swedenborg? –preguntó Mónica.
-    Un visionario sueco del siglo XVIII, entre otras cosas. Tengo algunos libros suyos en casa –contesté, distraído.
-    Lo suponía… Qué, JM –exclamo Mónica dándome un codazo–, veo que te has quedado impactado con esta escena.
-    Esa bailarina emana una enorme fuerza interna, la energía de un volcán a punto de estallar.
-    Sí, tiene el atractivo de un tornado y la dulzura de un escorpión. Ya me he dado cuenta del juego de miraditas que te traías. A ti lo que te pasa es que estás salido.
-    No te cortes, Mónica, no te cortes, mira que eres bruta. No se puede hacer un comentario contigo. Ya adivino que es una compañía peligrosa.
-    Entre el personal del Dukh –cuchicheó, agrandando los ojos– se rumorea que Gianna piensa que es ella quien debería desempeñar el puesto de Sight.
-    ¿En el negocio?
-    Sí, en el negocio.
-    Me parece que esto es más que un simple negocio.
-    Mira, JM, a mí me da igual. Lo que interesa en mi trabajo es que en esta ciudad haya atracciones de calidad. Pero, venga –añadió, pasándose las manos por los rizos que caían en su frente–, suelta ya ese secretito que ibas a confesarme.
-    Ah. Si son sucesos del pasado sin trascendencia… Igual te aburro.
-    No intentes evadirte, empieza.
-    Está bien, como quieras –cedí, a sabiendas de que ya no tenía escapatoria–. Lo que te voy a narrar sucedió hace ya unos cuantos años…




lunes, 2 de abril de 2012

LA MARIPOSA NEGRA: EL DUKH (1)

El corazón del casco antiguo se hallaba en la cima de un pequeño monte. En el mismo emplazamiento, los primeros fundadores de la ciudad habían erigido un inmenso altar donde, según relataban las crónicas romanas,  la luz de la luna despejaba la boca de un vórtice sediento que transmitía los ecos de ceremonias bárbaras hasta los reinos de dioses innombrables. La calle que transitábamos no era demasiado amplia, sin embargo las losas del pavimento eran recientes y lustradas hasta reflejar un brillo de hielo. Edificios de escasa altura fluían paralelos, haciendo alarde de grandes cristaleras opacas y portales de mármol grisáceo con videocámaras de seguridad. La zona había sido sometida en los últimos años a un proceso de remodelación y se había convertido en un barrio suntuoso y de moda.
-    El Dukh está a la vuelta de esa esquina –dijo Mónica, frenando su marcha y obligándonos a detenernos.
-    Menos mal que llegamos –gruñí.
-    No reniegues tanto y deja que te arregle un poco. A ver… Sácate la camisa por fuera, hombre, que pareces un carcamal –sentenció, a la vez que me introducía los dedos por la cintura del pantalón  y tiraba de la camisa.
-    Pero si llevo chaqueta –protesté.
-    Entonces será mejor que te la quites, con el calor que hace…
-    Pues yo lo veo bien –intervino Rima.
-    Tú qué sabrás, si vas vestida como una hortera –refunfuñó Mónica.
-    Que no me insultes  –replicó Rima blandiendo un puño–. ¡Y deja ya de meterle mano!
Mónica se aprestó a refugiarse detrás de mí mientras  yo me quedaba boquiabierto ante los conocimientos prácticos de castellano de la rumana.
-    Haz el favor de controlar a tu fiera, JM –dijo Mónica, recobrando su humor habitual.
-    Parad de comportaros como crías.  Yo voy bien así. Estoy seguro de que ese bar será más refinado que el Brutus.
Y no estaba equivocado. Pero no sólo en un sentido estético, sino también en otros que no podía ni sospechar.
El muro frontal del establecimiento parecía augurar la existencia de un lugar que se erigía sobre los cimientos de lo insólito. Desde la parte superior descendían   guirnaldas de pequeñas baldosas que se rizaban entre sí como estelas de un mar roto y sombrío. Incrustado entre las piedras de color greda volcánico, brillaba un bloque de porcelana con el nombre del local, el Dukh, y debajo podía leerse  Bar Show.
 Dukh, si no me traicionaban los vagos conocimientos de idioma ruso adquiridos hacía tiempo durante mis estancias en países de la antigua Unión Soviética, significaba espíritu o quizás fantasma.
En el marco superior de la puerta, sobresalía, a modo de emblema, el talle de una gran mariposa negra. La única relación que acertaba a establecer entre la figura y el nombre del bar era que las mariposas representan en ciertas culturas a las almas de los muertos. Debajo del escudo, se alineaba una inscripción con extraños grafismos que recordaban a una mezcla de escritura árabe y cuneiforme. Los signos aparecían pintados de tonalidades chillonas,  desentonado con el resto de la decoración.
-    Fíjate, Mónica –musité inclinándome hacia ella–, esa especie de grafiti de colores en la parte superior de la puerta…, no pega nada con el decorado tan esmerado del exterior.
-     ¿Qué dices? –replicó Mónica– Yo no veo letreros de colorines en ningún lado… Déjate de guasas, ya hemos tenido suficiente esta noche.
Hablaba completamente en serio, pero opté por no insistir. Mónica llevaba razón: ya habíamos tenido bastante.
En el corredor de acceso, una  plancha de metal dorado anunciaba “Abierto todas las noches” y más abajo advertía “Reservado socios e invitados”. Con tales indicios, resultaba obvio suponer que se trataba de un lugar a todas luces exclusivo y caro. La presencia del portero, ataviado con un congruente traje oscuro de corte irreprochable, contribuía a cimentar mis conjeturas.
 No me preocupaba que una copa costara tres o cuatro veces más  que en el Brutus, pero nuestro aire de trío estrafalario y promiscuo no incitaba en absoluto a que fuéramos considerados unos clientes VIP.  El semblante  del  individuo apostado como guardián del umbral, hosco, con facciones de guerrero mongol, unido a la enérgica postura de su monumental complexión, no contradecía mis razonamientos. “Parece     –pensé, pese a todo divertido por la singular escena que componíamos– que hubieran puesto a la mismísima montaña de Hindu Kush, ‘la asesina’, en vez de un portero”.
  Otro individuo, con gorra de plato y unas llaves en la mano, asomó desde la esquina. Noté que no había coches estacionados en la entrada y deduje que el local debía de poseer su propio aparcamiento. Las facciones del aparcacoches me resultaron familiares  y hubiera jurado que se trataba del mendigo que, con notable corrección, me había abordado una tarde a la salida del Brutus para prevenirme de que estaba siendo seguido por dos extraños. El sujeto dio media vuelta y volvió a perderse en el lateral del edificio, sin que tuviera tiempo para confirmar mi percepción. En cualquier caso, habíamos llegado ya hasta la puerta.
-    Hola, Sergei –saludó la rumana.
-    Buenas noches, señorita Rima –contestó el portero con un vozarrón y marcado acento, pero con tono respetuoso, a la vez que franqueaba el paso.
-    Hola, Sergei –repitió  Mónica.
-    Hola, Mónica. ¿Cómo está?
-    Bien. Hoy no es una visita de trabajo, vengo con una persona muy especial.
-    Oh, sí, comprendo.
-    No, mira, es un buen amigo, mi mejor amigo. Sergei –me aclaró Mónica– es el encargado de seguridad y hombre de confianza de la dueña.
-    Comprendo, gracias- intervino el portero. 
-    Sergei –continuó Mónica con una sonrisa–, te presento a JM.
-    ¿JM? ¿Es un nombre español?
-    No, no, Sergei. Es que los amigos siempre le llamamos así, es un apodo, ¿entiendes?
-    Sí… Comprendo, comprendo. ¿Cómo está usted, señor? –dijo, extendiendo una mano descomunal.
-    Mucho gusto en conocerle –contesté.
 Respondí a su gesto y sentí que una poderosa presión atenazaba mi mano.
Después de los recelos iniciales, me quedé perplejo al constatar que no sólo éramos bien recibidos, sino que mis acompañantes trataban a aquella especie de anomalía de la naturaleza con indudable confianza.
Desde dentro, Rima se giró mirándonos con muestras de impaciencia.
-    ¿Está la jefa, Sergei? –preguntó la rumana.
-    Sí. Está arriba.
-    Gracias. ¿Y vosotros a qué esperáis? –nos espetó.
Sergei mantuvo abierta la pesada puerta y penetramos en el mágico territorio del Dukh.

El lugar albergaba un espacio muy alejado de todo lo común. De las paredes crecían tallos de plantas umbrías, como venas retorcidas, enmarcando murales que reproducían sensuales siluetas humanas al estilo de los mosaicos de Klimt. La semioscuridad desaparecía alrededor de numerosas vidrieras elípticas desde donde emanaba una claridad húmeda y, bajo la vacua luminosidad, me inundó la asfixiante aprehensión de que nuestros espíritus estaban siendo reconocidos y pesados. Las mesas de madera con tonos cereza y las lámparas tiffany  desprendían un vago ambiente Art Déco.
 La mezcla en su conjunto no resultaba disonante pero, de algún modo que no aceraba a definir, me provocaba la sensación de deambular por las entrañas de un monstruoso animal que yacía en un inalterable letargo.
Antes de alcanzar el centro de la sala, se encumbraba una escalera helicoidal que conducía en su cénit a una cabina de música instalada en una suerte de púlpito barroco. Desde allí, un oculto DJ alumbró el paraíso de una voz. La voz sin confines de Tarja Turunen en una balada gótica, ascendiendo con el empuje de un millón de gargantas y hundiéndose hasta horizontes abisales:
“en sueños llegó…
esa voz que me llama
y dice mi nombre”
 El público era diverso, extranjeros y del país, ostentosos o reservados, extravagantes o sobrios, todos con pinta de no carecer de medios para pagarse un capricho y con algo en común en la mirada: la avidez de contemplar un espectáculo que prometía ser excepcional, muy distinto del que podrían haber sido testigos en las rutas turísticas comunes de cualquier lugar del mundo.
A esas horas de la noche, era probable que ya se hubiera desplegado alguna actuación previa en la arena del escenario circular, pero saltaba a la vista que el interés del público no había disminuido.
Esperaba tener la oportunidad de presenciar uno de esos shows y, entre tanto, Mónica y yo nos acoplamos junto a la barra, de lujosa encimera negro carbón. Había perdido el rastro de Rima y no acertaba a localizarla por más que escudriñaba todos los ángulos.
-    ¿Dónde se habrá metido Rima? –murmuré–. Iba delante de nosotros y ha seguido recta hasta el fondo.
-    Qué más te da –respondió Mónica–. Estará haciendo pis o merodeando como una loba en cualquier rincón.
-    Pero mira qué eres perversa –dije cariñosamente–. Oye, ¿no la habías visto antes por aquí? El gigantón de la puerta la ha saludado como si fuera de la casa.
-    Pues no la he visto nunca y creo que conozco a casi todos los que trabajan en el Dukh. Tampoco Sight me ha comentado nunca nada acerca de la rumana.
-    ¿Sueles charlar con ella?
-    ¿Con quién? ¿Con Sight? No mucho, pero a veces nos hemos reunido en su despacho. Es una mujer fantástica y muy abierta y cordial, al menos conmigo. No sabes lo increíble que son sus andanzas y la de sus colaboradores  Yo también me explayo a gusto, ya me conoces.
-    Sí, no hay que darte mucha cuerda, pero no me habías contado nada, ¿de qué hablas con ella? –pregunté sin excesiva curiosidad.
-    De nada en particular. Ella me cuenta anécdotas de su negocio, de su país…
-    ¿No es española?
-    No, es rusa. Bueno, rusa no, de un sitio de esos que pertenecían a Rusia y que tiene un nombre muy raro. Uno de esos que terminan en tán. Como Afganistán, pero no es Afganistán, claro. Huy, perdona.
-    ¿Por qué?
-    Por recordarte a Afganistán.
-    No pasa nada, Mónica –dije, tranquilizándola–. Pensé que esa mujer sería inglesa o americana, por su nombre, Sight, aunque el nombre del local creo que es ruso.
-    Lo de Sight es un apodo, aunque no me ha explicado de dónde viene. Ahora que lo pienso, en detalles personales no se ha extendido y eso que yo sí he hablado de mis cosas.
-    ¿De tus cosas? –musité con una sonrisa.
-    Ya sabes, sobre los líos de mi matrimonio, sobre ti, sobre mi trabajo como…
-    Espera, espera –corté–.  ¿Qué le has dicho de mí?
-    Ay, nada importante. No sé…, cómo nos conocimos, tu trabajo, tu blog en internet, ella es muy aficionada a la poesía y…
-    O sea, toda mi vida.
-    Que no, que no he mencionado en absoluto tus otras ocupaciones raras.
-    ¿Raras? Para mí que te estaba sonsacando.
-    ¿Cómo dices? –preguntó sorprendida.
-    Que te estaba tirando de la lengua.
-    ¿Pero te crees que soy tonta? Aunque, ya que insistes, admito que se interesó por ti. Insinuó que le gustaría conocerte… No, no te hinches como un pavo, si dijo eso es porque yo siempre te pongo por las nubes. Si surge la oportunidad de presentártela, ya verás qué chasco se llevaba.