miércoles, 20 de junio de 2012

domingo, 10 de junio de 2012

LA MARIPOSA NEGRA: SIGHT (y 2)


Lo que Sight despertaba en mí no era un mero impulso sexual, ni el comienzo de otra aventura efímera, a menudo desastrosa, como tantas después de Rachel. Estos sentimientos cargaban sobre mí con la locura ciega e imparable de una fuerza desatada de la naturaleza, como una tiniebla que me quemaba con un oscuro deseo. 
-    Lo que más me gusta de tu blog son los poemas ─continuó Sight─. ¡Qué versos tan enigmáticos los de "Mujer delante de un cuadro de Turner"!
-    ¡Atiza –irrumpió Mónica, que llevaba demasiados minutos callada–, si le ha salido una admiradora a malaspulgas!
-    ¡A mí también me gustan! –voceó Rima.
-    ¡Oh, por favor, no me lo puedo creer! –farfulló Mónica, escandalizada–. Si esa cucaracha no sabe ni leer.
-     No sé qué decir –balbuceé azorado–, yo…
-    Esto es de un empalagoso insufrible –remachó Mónica entre dientes–. ¡Qué alguien le dé un pañuelo aquí al figura, antes de que se le caiga la baba! ¡Hombres…!
-    Además –prosiguió Sight–, comparto tu atracción por el significado hermético de los espejos, los círculos, el caos… ¿Por qué esa obstinación con el caos?
-    Oh. Verás, yo no considero el caos como azar, como anarquía. Siempre hay un orden y una periodicidad escondida. El caos regula la naturaleza, el clima, el corazón y el cerebro…
-    Entonces está integrado en la misma existencia…
-    Así es. Dentro de la engañosa incertidumbre, hay fases, ciclos idénticos que se reproducen una y otra vez a lo largo del tiempo o del espacio.
-    Como vidas que vuelven a repetirse después de muchas vidas…
-    Eso es imposible: sólo se vive una vez…–dije, en un tono vago, desprovisto de convicción–, pero vale como ejemplo.
Sight asintió, desistiendo de profundizar en el tópico.
-    Tus textos son en ocasiones demasiado crípticos –objetó con un rumor casi inaudible mientras plantaba su rostro a escasos centímetros del mío–. Aquello que escribiste en "Coloquios entre fantasmas" no puede entenderlo nadie más que tú…y yo creo que ni siquiera tú –dijo riendo, a la vez que se retiraba–. ¡Estoy de guasa, no te ofendas!
No estaba ofendido, su especulación no carecía de fundamento. En cualquier caso, prefería enmudecer entre las capas de su aliento y soñar con el roce de su pelo, con ahogarme en sus labios pintados de un débil púrpura, con el sabor de su piel.
-    Pero hay algo que late en tus palabras –se había acercado hasta tocar mi sien con su boca y su voz sonaba más ronca y nerviosa–: un mensaje. Un llamamiento oscuro para quien sea capaz de interpretarlo.
-    ¿Y tú…? –comencé a articular.
-    ¡Eh, pareja! – protestó  Mónica–. Este juego que os lleváis de filosofías y secretitos es demasiado para mí, creo que va siendo hora de largarme. Veo que aquí hay feeling.
-    Lo siento Mónica, creo que ha sido una grosería imperdonable por mi parte –admitió Sight con turbación, separándose con brusquedad de mi lado –. Me temo que el doctor y yo nos hemos enredado con estos temas tan… metafísicos  –matizó, alzando las manos–  y ha volado el tiempo. Yo no tengo prisa, pero es tarde y supongo que tendréis ganas de descansar.
-     No, no, para nada. No quiero interrumpir el buen rollo que estáis teniendo –contestó Mónica en tono abatido y solícito–. Me voy sola. Estoy cansada y mañana curro.
-    ¿Cansada tú? –dije encubriendo la vergüenza que sentía por haberla relegado de la conversación–. Anda, deja que te acompañe hasta tu coche. O mejor, con las copas que llevamos encima, nos vamos directos a casa en taxi, mañana recogeremos los coches.
-    Gracias, JM, de verdad que no hace falta. Por mí, puedes estar un rato más. Lo de dejar el coche en la ciudad es buena idea, pediré un taxi abajo.
-    Haremos algo mejor –indicó Sight–. Estamos a punto de cerrar el local, así que le diré a Sergei que te lleve en mi coche.
-    ¡Pero, Sight, no te molestes! –rehusó Mónica– No hagas conducir ahora a Sergei.
-    No es molestia. Sergei te llevará encantado –insistió Sight, terminante–. Para mí ha sido una gran alegría recibir tu visita y que me presentaras a tu amigo.
Sight se distanció para utilizar el teléfono sobre la mesa de su despacho y por un momento sentí que era devuelto a la grisura de la vida cotidiana.
 Mónica se adelantó  hacia mí y enderezó el cuello de mi camisa mientras me miraba a los ojos.
-    Me sabe mal dejar que te vayas sin mí–musité, confuso–. No sé  por qué me he comportado de este modo, esa mujer hace que me aísle de lo que me rodea cuando estamos hablando. Puede que sean los vodkas, ya no estoy acostumbrado a…
-    ¡O un flechazo a primera Vista! –dijo, Mónica esbozando un pícaro mohín.
-    ¡No te rías de mí! –repliqué, cubriendo sus manos con las mías–. Tú sabes que nunca dejo de pensar en Rachel…, pero me siento aturdido. Esto  es algo diferente, algo que nace de mis raíces…, ni siquiera sé cómo describirlo.
-    Lo sé, cariño, lo sé –concedió  Mónica, hablándome como lo haría una madre o una hermana mayor–. No tienes que justificarte. Para ser sincera, intuyo que Sight es la horma de tu zapato… Y creo que ella ha sentido lo mismo que tú. Yo sólo quiero que estés bien, que seas feliz. Si hay algo que me alarma, es que  me da a la nariz que ella está metida en un mundo muy distinto al tuyo. Me refiero, al mundo real, a su día a día, no a esas nubes que parecéis compartir.  Relaciones  que pueden ser hasta peligrosas para una persona común… ¡No, no digas, nada!  Lo sé: tú tampoco eres una persona corriente. Por eso, quizás sea el destino lo que os ha unido.
-    El destino que se llama Mónica.
-    ¡Ah, no, cielo, no creas eso!… Hubiera ocurrido de todas maneras.
-    Hay cosas que no me has dicho.
-    No, en serio. Tu problema es que eres demasiado confiado con las personas;  yo le doy más vueltas a la cabeza. Sólo hay un detalle en el que no te he hecho hincapié –reveló, bajando aún más la voz–: no es que Sight mostrase un vago deseo en conocerte, es que me lo pidió expresamente. Imaginé que después de hablarle de ti y de acceder a tu dichoso blog, sintió curiosidad, aunque no estoy segura de que sea tan simple. De hecho, atando cabos, ¿te acuerdas de cuando te ligaste a la rumana en el Brutus?
-    ¡Desde luego! Casi diría que fue al revés…
-    Exacto. Y después…
-    ¡Perdona la espera, Mónica! –interrumpió Sight, de vuelta–. El club ha cerrado y Sergei no localizaba a Manolo, el encargado del parking, pero ya tiene el coche en la entrada.
Mónica se despidió de Sight con un par de besos en la cara y se encaminó hacia la puerta, que se desbloqueó con un clic. Al deslizarse junto a mí, acercó sus labios a mi mejilla y susurró: “¡Llámame y me cuentas!” A Rima, la ignoró por completo.
Transcurrieron unos segundos en silencio. A través del ventanal alargado, divisaba a Mónica descendiendo por el tramo final de la escalera.
-    Rima, ¿qué vas a hacer tú? –inquirió Sight.
-    Me quedo  en casa de Drak –repuso la rumana, poniéndose en pie–.Voy a buscarla.
-    No tendrás que hacerlo: viene hacia acá.
En ese justo instante, advertí  que dos mujeres subían con rapidez y agilidad: la mujer del fuego y la danzarina tatuada, vestidas de calle.
Sight activó el mecanismo que abría la puerta.
-    ¿Se puede?
-    ¡Adelante! – contestó Sight.
-    Nos íbamos a marchar y… – comenzó a decir la artista que dominaba el elemento del fuego.
-    Drak, había pensado ir a dormir a tu casa, ¿te importa? –se adelantó a preguntar Rima, enfrascada en sus particulares asuntos.
-    No, vale, no hay pega, Rima – accedió la mujer de raza asiática, que hablaba también un fluido español–. Pero –prosiguió dirigiéndose a Sight–, hemos visto que Sergei se llevaba a la guía, a Mónica, en tu coche, jefa.  ¿Te acompañamos nosotras?
-    No es necesario. Me voy dando un paseo, no tardo nada.
-    Pero, jefa…
-    Yo puedo ir contigo Sight, si quieres –propuse.
-    Ah, perfecto, gracias… Disculpa, JM, creo que no os conocéis. Drak, Gianna, el doctor Sangrás, un buen amigo de Mónica.
-    Es un placer, doctor –dijo Drak con una sonrisa.
Gianna permaneció callada, estudiándome con hostilidad. Ignoraba la causa, pero era obvio que no le caía bien.
-    Hay noticias… –dijo de pronto Gianna, mientras jugueteaba con las piezas de jade de un tablero de ajedrez– de que La Oscura anda por ahí. Tengo ganas de encontrármela y darle una lección de una vez por todas.
-    ¡Gianna, deja las piezas del ajedrez en su sitio! –ordenó Sight–.  Y atiende bien a lo que te digo: no te pongas en el camino de Mavra, o tendrás que lamentarlo.
-    Me subestimas, como de costumbre, Sight. No eres la única que tiene…
-    ¡Basta, ni una palabra más! –la cortó Sight.
-    No tienes ni idea de lo que hablas, Gianna –medió Rima, en tono conciliador–. Tú no conoces a la jefa como nosotras.
-    ¡Naturalmente! Yo soy la nueva, ¿no? –dijo con mordacidad–. Vosotras tampoco sabéis de lo que soy capaz –añadió, amenazadora–. En fin, me voy. Ciao.
El semblante de Sight denotaba la tensión que soportaba por dominarse. Articuló un sonido de disgusto y me observó indecisa.
-    Te pido mis excusas, JM, por esta inoportuna… discusión de trabajo.
-    Olvídalo, Sight –me apresuré a decir–. En todas partes hay estos conflictos.
Tuve la certeza de que no me escuchaba, de que su mente se había trasladado, muro a muro,  fuera de la habitación, como el fantasma de una bestia enfurecida y a la caza.
Resonó un estrépito y todos nos arrimamos al ventanal.
-    ¡Es Gianna! – gritó  Drak–. ¡Ha resbalado en los últimos escalones!
-    ¡Voy a ver! –exclamé, lanzándome hacia la salida.
-    No. Déjalo –dijo Sight con tranquilidad–. Mira: no ha pasado nada.
En efecto, Gianna se había levantado y tras estirarse su estrecho vestido se alejaba corriendo.
-    Le está bien empleado por comportarse de malos modos y bajar alterada –sentenció Sight.
-    ¡Bailarina patosa! – apostilló Rima.
-    Jefa –dijo Drak, reclamando la atención de Sight y haciendo a la par una seña a la rumana–. Rima y yo nos vamos, si no quieres nada…
Sight negó con la cabeza.
-    Hasta mañana, Drak
-    Hasta mañana –repuso Drak–. Adiós, doctor.
Rima cuchicheó algo al oído de  Sight y ambas rieron con complicidad. Drak hizo un ademán tocándose el reloj de la muñeca y Rima se despidió de mí con un guiño y un beso fugaz.
Sight y yo estábamos solos. Las palabras ya no tenían valor y las miradas descifraban los signos de un reconocimiento hermético que amanecía entre ambos.
-    Bueno, pues podemos irnos también nosotros, si te parece –se aventuró finalmente a plantear Sight.
-    Cuando quieras –accedí, volviendo a la normalidad–. ¿Tienes que recoger algo?
-    No…, bueno, voy a llevarme a casa estos  libros que me han enviado, aquí es imposible leerlos–dijo, colgándose un bolso y apilando tres volúmenes esparcidos sobre la mesa.
-    Déjame que te ayude –me ofrecí, cogiendo los ejemplares. En la portada del que estaba encima se leía "Gnosis", de Boris Mouravieff.
-    Gracias. Vamos a salir por esa puerta –murmuró, apuntando a las cortinas con unas llaves en la mano–. Tiene comunicación directa con el exterior.
-    ¿No tienes que cerrar el local?
-    No. Se ocupan los vigilantes…  Es que en los pisos de arriba se queda siempre personal trabajando toda la noche.
-    ¿Por el Dukh? –proferí, incrédulo.
-    No, claro que no. Son oficinas y un centro de coordinación permanente con nuestros…, con nuestras empresas en otras partes del planeta. Hoy día hay que estar siempre alerta en los negocios.
-    Me hago cargo –convine, aprobando su argumento con cansancio-. Te sigo, entonces. Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?
-    Por supuesto
-    No me respondas si te parece indiscreta.
-    Tú dirás…–accedió,  deteniéndose para guiar mi mirada hacia los horizontes tártaros de sus ojos.
-    ¿Existe algún motivo por el que necesites ir escoltada?
-    Oye, que no tienes por qué escoltarme –se evadió, con ironía.
-    ¡No lo digo por mí! Yo…, es un…, vamos, que voy contigo con mucho gusto –rectifiqué atropellándome,  a sabiendas de que me había expresado con torpeza.
-    Tranquilo. Lo que sucede es que cuando termino en el Dukh a estas horas y me voy andando a casa, suele acompañarme Sergei. Rima y Drak se inquietan demasiado, pero éste es un barrio seguro, nunca hay sobresaltos.
Un hormigueo en mi columna, me avisaba de que esa norma iba a romperse  esa madrugada.
Bajo su aparente frivolidad, los consejos de Mónica no resultaban desacertados: siempre terminaba por complicarme la vida con las mujeres más extrañas. Pero, si había algo que no sentía de Sight era extrañeza: ella era como el viento condensado de mis sueños, de mi voluntad, de mi sangre.
“Y, mientras tanto –pensé–, quizás lo muerto nos persigue a todas partes”.


martes, 5 de junio de 2012

LA CHICA QUE PARECÍA UN ÁNGEL PERDIDO

NOTA: Esta entrada es original de SHANG YUE, se reproduce en este blog con permiso de la autora y con su indicación de especificar que se ha inspirado en mí (o en el personaje de "JM") para escribirla.
La fotografía está tomada de la red. La música ha sido seleccionada en youtube por Shang Yue.
Desde aquí mi agradecimiento y un beso de los que salen del corazón.

El beat atruena en los bafles y dentro de todos los que, a aquella hora, se congregan en el Brutus.
También en nuestro hombre que después de saludar a los conocidos se arrellana en un lugar privilegiado, al fondo de la barra, para no perder de vista la puerta del local.
Se diría que espera a alguien aunque su intención sea no demostrarlo en absoluto.
En ella el beat vibra diferente, casi ni se distingue del pulso. Ha cogido el metro y se encuentra a tan sólo dos paradas de su destino.
Pasada la media noche y en ese decorado, parece un ángel descolgado de cualquier otra parte.
Reparar en ella es tarea fácil.
En el club el ritmo martillea su cadencia y el hombre apura su trago.
La camarera, amiga de toda la vida, le retira la copa y, con un gesto, le pregunta si le apetece otra.
No, más tarde.
La chica se esfuma y él se queda solo, parece incluso que la clientela ha bajado.
Se fija entonces en la música, no había reparado antes en ella. Y tampoco en la mulata que se acopla a su lado, en la melodía que articulan sus curvas descaradamente.
Quizá debería presentarse.
La tentación del metro sale del subterráneo y las escaleras automáticas la catapultan a dos manzanas del Brutus.
Cuando toma la acera, su falda de tubo se insinúa en la oscuridad, alumbrando una estocada que hiere su sastre hasta donde la pierna pierde su nombre.
En apenas unos minutos doblará la última esquina y el portero le franqueará la entrada.
En el bar, el dj impone su ley y las luces estallan sobre las caras, sobre los icebergs flotando en alcohol, sobre los bultos danzantes.
Y nuestro hombre pide otra copa, se contagia del ambiente y despide a su Ofelia caribeña.
En fin, otro día será.
Toma un trago, y el siguiente le hace bailar, es una evidencia.
Mira hacia la puerta y en aquel instante la divisa.
Ya poco importan sus rodeos, los que mareaban la perdiz sobre salir o no de casa y presentarse allí, a la aventura.
Tampoco son relevantes las montañas de ropa que ella ha ido moldeando en su habitación. Cuando regrese la estarán esperando y su inseguridad infantil habrá desaparecido por completo.
En el instante preciso en que la música sella su recuerdo sobre el tiempo, la cuenta atrás se activa y ambos inician su particular maniobra de aproximación.
Ella surge de la parroquia y él la recibe al cabo de la barra.
Al fin, cara a cara.
Se sonríen, y el miedo ante su primera vez se hace añicos.
El latido retumba en los altavoces.
Temblar en el espacio, asumir el peligro de unos ojos rasgados en el negro lacado de otros. Respirar el candente anhelo del perfume sobre la piel mientras las manos  ascienden por la espalda cortando el aire a cada pulgada.
El ritmo acompasa los pasos de él cerca de los de ella.
Echarse atrás sería un error; quizá por eso él la coge de la mano y le transfiere su anhelo en improvisado morse.
Salgamos de aquí. 
En la calle, desaparecen tras el sonido de sus pasos.
La música retumba tras la puerta del Brutus.
Y en el guión, antes de llegar al punto donde sus bocas seducen el desafío de encontrarse, todavía queda sitio para vampiros trasnochados, remembranzas sobre las arenas de algún desierto y secretos susurrados al oído, bien cerquita la una del otro.
Una mariposa negra revolotea tras ellos…