viernes, 20 de julio de 2012

LA NOTTE È BELLA



La puerta está abierta y los espectros se regocijan de encontrar la boca de un sumidero donde el olor del deseo, de la apariencia y del vacío conviven juntos con intensidad. Ciegos, sin tacto que se encienda con otro tacto, los fantasmas se agolpan en la entrada. Algunos permanecen indecisos por un instante y, finalmente, se dan la vuelta para perderse en la humedad oscura. Se dice, en secreto, que los fantasmas odian las puertas: hay umbrales que al ser traspasados hacen arder  los escombros de la memoria y toda la miseria del pasado se ilumina de golpe.
Pero estas no son puertas que cruzan una frontera  entre dimensiones, tan solo es la habitual entrada del Brutus Bar.
Hace un año que no vuelvo por aquí. El portero, un gigantesco negro, cuyo pelo comienza a clarear y a exhibir  rizos plateados, me sonríe como si hubiera sido ayer el último día que me saludó.
Ni fue ayer,  ni tampoco hace un año: ha sido toda una vida; una vida que quizás ya no es la mía sino la vida de otro. El tipo que ahora entra ya no tiene nada que ver con el que fue en otro tiempo.
 ¿Nada?
¿Entonces cual es la razón para regresar?
Hay un espacio libre al comienzo de la barra: a todos les gusta adentrarse en el local, cerca de la pistado de baile, donde también actúan de vez en cuando bandas musicales –como la popular "Marchamala".
 - ¿Qué te pongo?
No conozco a la camarera. Muy alta, con vestido negro bien ajustado y corto. Su rostro no es de facciones finas  y el maquillaje gótico no contribuye a mejorarlo, pero tiene unas piernas de infarto.
- Stolichnaya con hielo.
- ¿En vaso ancho o largo?
- Ancho.
A dos metros, una mujer de melena espesa de color carbón con destellos azulados me observa con descaro, se diría que entre sorprendida y divertida; como  quien de pronto se topara con un alien de películas B.
“Olé tus huesos, morena –pienso, un poco molesto– tienes buenas curvas y te gusta lucir palmito. A ver si calientas las babas de unos cuantos soplapollas que soñarán con tu carne esta noche. Yo solo quiero tomarme esta copa tranquilo, no tengo el menor interés en averiguar de qué vas.”.
Es la hora en que las almas pesan de forma extraordinaria y descienden al ras del suelo y se enmascaran con el polvo de una realidad sin significado.
Todo regresa con distintas formas. Mezclado entre lo desconocido, detrás de miradas donde se mecen los restos de un amor evaporado.

- Scusi –oigo pronunciar a una voz femenina detrás de mí–. Tienes cara de estar perdido –continúa diciendo mientras me rodea para plantarse frente a mí– . ¿Eres de aquí?
Es la morena del pelo eléctrico. Habla en correcto español pero con apreciable acento italiano. Su rostro es redondo y sus labios gruesos y sensuales. Se aproxima todavía más  y ladea la cabeza, de forma que su pelo resbala como una tormenta de relámpagos azul oscuro. Por un momento, pienso que está bebida y pretende directamente morrearse conmigo allí en medio.
- ¿Te comió la lengua el gato? –insiste ella, sin cortarse.
- Soy de Madrid –respondo al fin, algo desconcertado–, pero hace tiempo que vivo aquí.
- Yo soy italiana, de Nápoles, aunque desde hace años vengo todos los veranos a España, me encantan estas playas.
- Hablas muy bien el español.
- Grazie.  Yo me llamo Isabella, ¿y tú?
- JM –respondo después de una pausa–, mis amigos me llaman JM.
- Tengo la impresión de que me mientes.
- En absoluto. ¿Por qué crees eso?
- Porque daba la sensación de que estabas dudando.
- Qué va, no es por eso. Es que estaba pensando en otros tiempos, cuando venía por aquí.
Joder, no sé ni de dónde saco ganas para dar una respuesta educada. Hago un esfuerzo por salir del ensimismamiento en que había caído al entrar  en el Brutus. Isabella lleva un vestido de tejido ligero como el tul y  negro brillante, con un escote benefactor que resalta su espléndido pecho. Sin duda, este detalle facilita que vuelva a centrarme en la realidad más inmediata.
- ¿Conoces a gente aquí, en este sitio? –pregunta la italiana, elevando la voz sobre el volumen de la música.
- Seguro. Si me doy una vuelta puedes apostar a que encuentro algún conocido.
- Pero estabas sólo.
- Depende de cómo lo mires.
- Qué gracia –dice ella con sorna– ¿Cómo lo voy a mirar? Desde que te he visto por ahí, con el vaso  en la mano, y con aire de estar más en una iglesia que en un bar de copas, no estabas acompañado. A no ser que tu acompañante sea un fantasma.
- Es hora de irme, estoy cansado –digo con convicción.
- Eh, no te pongas así. Estaba bromeando. Eres misterioso, ya se nota desde lejos, pero me gustan las personas como tú. Soy escritora.
- Fantástico. Yo de escribir, lo justo, pero me alegro de que te guste la gente como yo.
- Es que tengo un sexto sentido.
-Me lo estaba imaginando.
- ¿A qué te dedicas?
- Trabajo para el Estado.
- ¿Policía?
- No, no.
- Militar.
- Puede ser.
- Sí, se te ve cachas. Aunque no pareces militar.
- Como quieras. Tú sí que tienes un buen tipo.
“Y unas tetas que no te las mereces, madre mía, qué espectáculo” –pienso con la boca cerrada.
- Grazie Mille.
- Además eres muy simpática. Y encantadora.
- Entre otras cosas, ja, ja –replica ella, desenfadada.
- Pero, de verdad que lo siento, tengo que irme.
- No, no, de eso nada –se opone Isabella con los brazos en jarras–. No antes de que bailes conmigo. Ahora no puedes dejarme... come dite voi?... plantada. Mira, hombre misterioso, mira lo que te rodea: esto es la vida, lo que puedes gozar antes de que te des cuenta de que il diavolo te lleva con él. No desprecies una risa, una locura, una carezza...
Andiamo, la note è bella.
Suspiro hondo y sin protestar me dejo conducir hasta la pista de baile. A toda potencia, los altavoces vomitan "Loco de amor" de Boxer-Morena:
"Tú podrías hacer que me enamorara de ti,
que te amara con locura.
Encuentra una manera."
Hace calor. Un brillo tenue de transpiración se extiende sobre la parte al descubierto de los magníficos senos de Isabella  mientras bailamos y enlazamos nuestras cinturas.
Ahí fuera, los fantasmas se refugian en los fríos huecos de la oscuridad. Benditos sean.
En el Brutus Bar, la notte è bella.




miércoles, 4 de julio de 2012

LA ROJA Y LA PARTÍCULA DE DIOS



Después de varias idas y venidas, de Alicante a Vladivostok y de Vladivostok a Paris, con paradas en pueblos intermedios, por fin volvía a casa, de hecho, ya estaba en mi "otra casa": estaba en Madrid, en el Kraken y la noche en que la Roja jugaba la final contra Italia.
El Kraken había sido uno de los bares de copas más famosos de la zona norte de Madrid, un templo de la música house, un impulsor del drum and bass en Madrid, pero, como todo, evolucionaba y hoy en sus pantallas gigantes no había videos de Ibiza-Amnesia sino la final de la Eurocopa. El ambiente era bullicioso, gente de todas las edades  bebía  alegremente, muchos vestidos con la camiseta  de la selección. Cristina servía copas como una máquina, de vez en cuando se estiraba con un gesto inútil su exigua minifalda y me lanzaba una sonrisa pícara de viejos conocidos. El mundo volvía a estar en orden.
Cuando en el minuto 84 Fernando Torres, "el Niño", marcó el tercer gol sentí primero euforia, luego relax y por último un escalofrío en el cuello. En realidad, el escalofrío no tenía relación biológica con el golazo sino que era consecuencia de que alguien me había echado un líquido frío por el cogote. O algo parecido. Me di la vuelta pensando en un grupo de alborotadoras que tenía a mis espaldas con las caras y los escotes pintados de rojo y amarillo y con enormes jarras de cerveza. "Estas niñatas -pensé-, con los saltos que pegan, me han tirado la cerveza encima."
Pero a quien me encontré al darme la vuelta fue a Paloma.
- ¡Hola, JM, te veo muy acalorado! -me soltó-.¿ No te importará que te haya refrescado un poco con un trocito de hielo?
-  Joder, Palo, tenías que ser tú. Podías haberme dado una palmadita en la espalda. Sigues igual de bestia.
- Gracias por el piropo. Yo también me alegro de verte. ¿Cuánto tiempo hace?
- Más de cinco años. Y perdona, pero es que a veces te pones un poquitín burra.
- Menos que tú cuando me dejaste plantada en este mismo sitio la última vez que nos vimos. Adiós, Palo, gracias por el polvo y si te he visto no me acuerdo. ¿Me equivoco?
- Tuve que irme con urgencia. Pensaba en llamarte pero me marché fuera y después me daba que no me ibas a recibir bien.
- Bla, bla, bla. Siempre igual, tus silencios sin razón, tus despedidas a la francesa. Bien, ¿y ahora qué cuentas?
- ¡Gol!
-¿Qué?
- ¡Gol de Mata! ¡Cuatro a cero!
- Me gusta cuando me dices cosas bonitas.
Me fijé con más calma en Paloma. Rubita, de facciones agudas, germánicas (aunque era de Salamanca), ya en sus cuarenta pero con una blusa generosamente desabrochada y una falda estrecha que la hacían tan deseable o más que con  veinte años menos.
- Palo, vámonos de aquí antes de que termine el partido y nos pille toda la peña con la fiesta.
Había conocido a Palo en el Kraken, mientras miraba aburrido al mundo a través de una copa de Stolichnaya un año después de perder a Rachel en Afganistán. Ella se había divorciado recientemente y lo que tenía ganas era de pasárselo bien. No sé, supongo que alguien además de jugar a los dados maneja el destino para que dos personas se encuentren en un determinado momento y calmen el dolor que no confiesan, la sed que disimulan, el temor con el que sueñan.
De aquello, hacía ya unos años y la noche en que España ganó la Eurocopa yo no me preguntaba nada de eso. Mi apartamento de Madrid estaba un poco descuidado, pero entraba un fresco agradable desde la terraza, junto al inevitable ruido de los bocinazos por la victoria y los ecos de "¡soy español, español...!"
Las mejillas de Palo estaban encendidas y en su frente brillaba un tenue reflejo de transpiración mientras, tumbado en la cama con los ojos cerrados, sentía  su lengua recorriendo mi pecho y dirigiéndose hacia abajo. Tenía hambre de ella, hambre de su fuego, de su tormenta de sexo. Abrí los ojos, me incorporé y abrazando a Palo la di la vuelta y me tumbé encima de ella. Al entrar dentro de ella, sentí su humedad como una puerta por la que se colaban todos mis sentidos, donde no cabía la negrura de ningún recuerdo. La besé, y luego mordisqueé los lóbulos de sus orejas mientras mi pelvis se convertía en una ola.
- Cielo, cielo.
- Háblame, JM, por favor, no te calles, estoy contigo, vida, oh, vida.

Esta mañana, cuando conducía desde Madrid por la A-30 camino de La Manga, escuchaba las noticias sobre el experimento realizado por científicos del  CERN que parecía confirmar la existencia del bosón de Higgs, conocido como la partícula de Dios. Dicen que el bosón de Higss es la última partícula de la materia, lo que hace que un átomo pese, lo que permite que existan los planetas, las estrellas, los seres humanos. Quizás los sueños, los recuerdos, la memoria de lo que amamos, estén hechos también de la "partícula de Dios". Y nada desaparece para siempre. Todo, de una u otra forma, acaba regresando.