lunes, 6 de agosto de 2012

LA CHICA DEL FONDO


Fuera del local cae con rabia una interminable tormenta de otoño. El olor a moho y a lluvia negra llega desde la entrada del "Boney Bar”. Chocante nombre para un antro de copas en una perdida playa levantina. Pero tiene su por qué: el propietario del local, conocido por aquí como “Paco el Macho”, antiguo pescador y mecánico, fue en su tiempo un gran admirador de la banda de los 70 Boney M. Junto a un grupo de colegas, formaron un grupo musical que llegó a tener gran éxito en los pueblos de la zona recreando aquella famosa canción de Boney M, “Rivers of Babylon”.
Esta noche, Paco el Macho tiene un aspecto extrañamente demacrado, y pule las botellas con un trapo raído por enésima vez.
Me encuentro aquí como podría estar en cualquier punto de ninguna parte; o,  para ser precisos, en el punto más oscuro de ninguna parte.
El siniestro bar se halla al lado del apartamento que compré pensando en escapar de la ciudad y venir a vivir aquí con Rachel. Ahora ya da igual.  Ella está muerta y lo que hace que un ser humano vuelva a amar también está muerto en mí.
No sé por qué he venido. Al apartamento, me refiero, a lo que iba a ser nuestro refugio.  Cuatro horas de viaje para asquearme de mí mismo sin que nadie me moleste. Sin las cercanías de alguna compañía femenina pasajera que no haría otra cosa que ahondar mi vacío, lejos también de los bienintencionados e inútiles consejos de mi entrometido tío. Cuatro horas conduciendo para terminar en este paraje por completo desierto. Podría acercarme al dueño del garito y rogarle  "Oye, Paco, ¿me harías el favor de escupirme en la cara?"
Para colmo, entre el cansancio, el viaje y la lluvia, me está haciendo polvo una vieja lesión en la espalda. Me apoyo en una pared, con la copa en la mano. No deseo pensar en nada.
Debo de tener un aspecto extravagante, pero el dueño del bar habrá visto, sin duda, cosas mucho más raras. Por lo demás... no, ningún otro cliente.
Miento. Hay una chica en el fondo.
Joder, hace un segundo no estaba ahí, y no ha entrado nadie por la puerta. Pues sí que estoy yo bien.
Paco el Macho pincha en su arcaico equipo de música un buen tema, para mi sorpresa suena “I will be here” del maestro DJ Tiesto.

“Y cuando todo parece que se cae a pedazos
Y necesitas un lugar para empezar
Yo estaré aquí”

"Tranquilo, JM −me digo−, que no estás soñando despierto con ella."

Las mujer del fondo tiene una melena corta de color carbón, un rostro de cutis pálido y rasgos que parecen casi orientales, o una mezcla de ellos. Asiáticos, afirmaría, aunque no puros.  Lleva un escote discreto que deja adivinar el tatuaje de unas alas negras, una mariposa, tal vez. Un lánguido destello de un foco ambarino ilumina su cara. De otra forma no vería apenas dentro de la penumbra gris que se infiltra en la atmósfera del local. Alguien desde fuera imaginaría que nuestros ojos brillan flotando en un charco de mercurio.
Es guapa y su cuerpo se mece despacio y con sensualidad al ritmo de “I will be here”.
Noto que me envuelve un mundo distinto, ajeno en su totalidad a este recinto, a este momento. Lo sé. No preguntadme cómo. Ahora la vida no es un laberinto de respiraciones; fluye un hilo de dulzura.
Sus ojos me acarician. Los míos se cierran y al abrirlos de nuevo, como si aguardara una sentencia, ella está frente a mí.
No dice nada, nada en absoluto. Pero su mano se posa en mi pecho. Y el dolor cesa. El dolor en mi alma que llega extraviado desde el reino de una muerta y el dolor de mi vieja lesión de espalda. A continuación, sus dedos sedosos suben y recorren mis mejillas con la levedad de un suspiro. Se diría que está enjuagando unas lágrimas, unas lágrimas antiguas que hubiesen permanecido como piedras encalladas, invisibles.
Siento ese calor que llora y penetra como el cristal, el viento transformador que sólo nos toca en sueños.
Sé que enloquecería de placer con su lengua, besando su cuello flexible, fundiéndome en su vientre húmedo. Pero no me importa nada de eso. No deseo nada de eso. Quiero atrapar este segundo de paz para siempre.
La chica aparta los dedos de mi piel como un  pájaro que reemprende su camino. Se da la vuelta, desdibujando el fondo, eclipsando la propia negrura.
Camino ya de la puerta pasa por delante de un espejo. Su perfil se refleja en el cristal.
"Los fantasmas no se reflejan en los espejos" −pienso recordando temores infantiles.
Pero su salida y su reflejo desprenden una neblina violeta que no viene de la calle, que no surge de la noche.
Se ha ido.
 "Idiota −me maldigo−. ¿Por qué no le has preguntado su nombre, dónde vive, algo?"
Aunque quizás el dueño...
Me acerco a la barra.
    - ¿Quieres otra? −me suelta el tipo.
    - No. Bueno, sí, ponme otra. Pero lo que quería es preguntarte si ha visto antes por aquí a la chica que acaba de salir.
    - ¿Qué chica?
    - Pues la única que había. La chica del fondo.
    Paco el Macho me clava una mirada borrosa, calibrando si le estoy intentando tomar el pelo o es que he perdido la chaveta.
- Mira, no sé si ponerte esa otra copa. Aquí no ha entrado nadie más desde que llegaste. Con la noche que hace, no salen ni los demonios. Lo que tenía que haber hecho –concluye con un sonoro resoplido−, es echar el cierre hace rato.