No sé cómo he llegado,
ignorando los avisos que proclaman
que la mayoría de los sueños caen instantáneamente
en el borde que asoma a la nada.
Aquí las sombras crecen haciendo resonar
sus pasos negros como si nadie pudiera detenerlas.
En los suburbios llueve aguardiente
y todos los sentimientos se mezclan,
huelen a pólvora y yeso,
a perfume barato de mujer joven,
a pan quemado.
Pero estás también tú,
extraña como un lobo en un baile de verano.
Me haces una seña para seguirte
(miradas como la tuya siempre me han perdido),
y saqueo los espacios que nos esconden,
detengo el oleaje de carne blanda que nos separa.
Me fugo de una cueva pintada con rostros pastosos
hacia las calles de una ciudad distinta, zigzagueando
en la noche violeta, doblando esquinas
entre relámpagos que caen del pasado.
Sueño con el sabor de tus labios, sueño
que mi piel de niebla fría se convierte en luz
bajo tus dedos.
Estás dormido, dices,
y tu voz viene de mi propio interior
como el vuelo afiebrado de una mariposa,
desde mi corazón transformado en una bola de aire ardiendo
con mil colores que nunca había imaginado.
Parezco un fantasma herido
que viene de guardar no sé qué puerta
donde dicen que descansa una diosa de los antiguos cielos
pero lo único que me importa es ver el brillo de tus ojos
cuando despierte.