domingo, 17 de noviembre de 2013

LA NEUROFISIOLOGA

    Eva, la neurofisióloga a quien me había dirigido Javier, el psiquiatra militar, trataba de enmascarar su apariencia juvenil y su aspecto atractivo y seductor  con una pose profesional y distante. Su mirada invitaba a relajarse, era como contemplar uno de esos lagos de aguas cristalinas que reflejan un cielo azul puro. Al inclinarse sobre mí para colocarme los electrodos del equipo de encefalografía, un mechón de su melena rubia me rozó el cuello produciéndome un involuntario estremecimiento.
- ¿Estás bien? ─preguntó.
- Sí ─conteste distraído─. Es la incomodidad de los electrodos.
- Termino en seguida. Mientras tanto, relájate y cuéntame lo que ibas a comentarme que te sucedió anoche.
- Pues, verás, me acosté tarde y dormí mal, como casi siempre. Me desperté de golpe y me incorporé en la cama. El ambiente estaba cargado de olor a sudor, sexo y un perfume dulzón. La habitación se hallaba iluminada por numerosas mariposas de luz que flotaban sobre lámparas de aceite depositadas en el suelo. A mi lado, alguien parecía estar durmiendo, aunque no recordaba haberme acostado acompañado. Podía ver con el tenue resplandor de las llamas una espalda desnuda y el inicio de unas caderas femeninas. Toqué su piel y me sacudió una oleada de frialdad, a pesar de que era una noche cálida. Subí mis dedos hacia su cabellera pero me detuve cuando mis dedos palparon algo líquido en su cuello. Incluso en la penumbra, sabía con certeza que lo que mojaba mis dedos era sangre. Con delicadeza, comencé a girar el cuerpo de la mujer. Conforme volvía su rostro hacia mí, empecé a reconocer los rasgos, pálidos y rígidos. Eran de Rachel, una militar canadiense que estuvo conmigo en Afganistán.
- Conozco esa parte de tu vida, Javier me informó de ello. ¿Qué más ocurrió?
- De repente, ella abrió los ojos y me dijo: "¿Por qué me despiertas?"
    Hice una pausa prolongada, como si memoria se hubiera quedado atascada en ese preciso recuerdo.
- ¿Y qué pasó después? -me apremió la neurofisióloga.
- Nada. Ella, la mujer muerta que me recordaba a Rachel, desapareció.
-¿Desapareció?
- Desapareció. Y las lámparas de aceite y la mezcla de olores. Estaba solo en mi cuarto. El único resplandor que quedaba venía de mi despertador en la mesilla de noche. Marcaba las 3:03.
- ¿Y eso te ocurrió anoche?
- No, hace un par de días. En mi apartamento de la costa. Justo la noche antes de coger el tren y venir a Madrid para acudir a tu consulta, como me recomendó Javier, tu amigo el psiquiatra.
- Y amigo tuyo, ¿no? El mismo que te estuvo tratando de estrés postraumático.
- Yo jamás he padecido tal cosa. He hablado varias veces con Javier de mis experiencias en las zonas de operaciones porque es amigo, además de psiquiatra militar.
- Ya, pero el caso es que tienes con frecuencia sensaciones de Déjà vu y sufres sueños, cómo decirlos, bastante vívidos. La buena noticia es que en su experta opinión no padeces ningún trastorno psiquiátrico serio, pero quiere descartar que exista algún tipo de alteración funcional en tu cerebro. Y, eso, explorar la fisiología del cerebro, es mi especialidad.
- La verdad es que estaba un poco nervioso antes de entrar. No me hace gracia que me pongan electrodos en la cabeza y todo eso, pero ahora estoy más calmado, de hecho, me encuentro mejor.
- ¿Mejor? ¿Y eso por qué?
- Porque tienes una personalidad muy tranquilizadora, además tienes una mirada muy dulce. Lo digo hablando profesionalmente ─intenté aclarar.
- Pues, profesionalmente, vamos a centrarnos en hablar de lo que te pasa. Ya me advirtió Javier de que eres un poco peligroso.
- ¿Peligroso yo?
- Liante.
- Ah, cosas de Javier.
- Vale, escucha. Primero vamos a hacer un electroencefalograma basal, luego usaremos estímulos auditivos y visuales parta ver la respuesta.
    Eva se agachó para  manipular los interruptores de los aparatos de exploración. Llevaba un traje azul claro debajo de la bata y desde mi posición tenía una excelente perspectiva de su escote, que permitía apreciar el inicio de unos senos bien formados. ¿Para qué necesitaba otra clase de estímulos? De repente, la neurofisiología se levantó y me pilló con la mirada clavada en su pecho.
- Esos estímulos son lo que los neurofisiólogos llamáis potenciales evocados, si no me equivoco  ─apunté con rapidez para disimular.
- Correcto, potenciales evocados ─replicó ella, aparentando que no había reparado en mi repaso─. Y, por último, vas a quedarte solo en esta habitación, vas a intentar relajarte al máximo y entonces te aplicaré un pequeño campo magnético en la zona del lóbulo temporal.
- Esto último no me hace gracia. A ver si me fríes las pocas neuronas que me funcionan bien ─dije intentando bromear.
- No hay de qué preocuparse. Es totalmente inofensivo, pero si hubiese alguna parte en ese área cerebral que fuese sensible a estímulos que no hayamos detectado antes, con esta prueba lo sabríamos.
- ¿Cómo? ¿Cómo lo sabrías? ¿Se observarían variaciones en el electroencefalograma?
- Sí, e incluso es posible que llegues a experimentar de modo fugaz una ilusión en forma de sonido o falsos recuerdos, pero no es frecuente.
     Las primeras pruebas fueron tediosas, pero según me iba relatando Eva no delataban nada de particular. Llegamos al último paso, con los electrodos pegados a la cabeza, me colocó un generador de campo magnético junto a mi lóbulo temporal derecho y abandonó la habitación. El lugar estaba protegido para que no entrase ningún ruido exterior por lo que el silencio era absoluto. Poco después, se apagó la luz contribuyendo al aislamiento sensorial.
- Relájate más,  respira despacio y piensa en algo agradable. Estaremos en comunicación a través de los micrófonos y altavoces entre la habitación donde estás y la contigua, donde me encuentro yo.
    Cerré los ojos en la oscuridad, traté de apaciguar mis pensamientos y poco después mi imaginación me trasladó hasta la escena de una playa solitaria, bajo un cielo azul sin nubes y un mar de olas sosegadas.   Me encontraba tumbado sobre una arena dorada y sedosa y junto a mí estaba una mujer a quien, en mi ensoñación, empecé a darle la forma de Rachel. Pero no era Rachel. De forma sorprendente era Eva, la neurofisióloga. Lo cierto es que las facciones de Eva me habían recordado a Rachel desde el primer momento, incluso la forma de mirar y de moverse me recordaban a Rachel. O eso me parecía. Quizás el problema era que de modo inconsciente buscaba a una mujer que fuera semejante a la que había amado y perdido. Fuera real o imaginaria. Estaba buscando el espejo de una mujer muerta, de un fantasma.
- ¿Va todo bien?
- Ni te lo figuras ─murmuré.
- ¿Cómo dices?
- Que sí. Ningún problema . Estoy relajado y no pasa nada raro... Espera.
- ¿Qué ocurre?
- ¿Ha entrado alguien en la habitación?
- Nadie ha abierto la puerta.
- Pues no estoy solo.
- ¿Como en un sueño?
- No, no. Siento una presencia física, aquí, a mi lado.
- Abre los ojos. ¿Ves algo?
- Está muy oscuro... Pero, espera, sí. Hay algo denso en la misma oscuridad, como una sombra más espesa...ahora da la sensación de que desprende un brillo gris. Gris o morado, no sé.
- Respira tranquilo, lo que crees estar viendo está sólo en tu mente.
- Hace frío. Alguien me está tocando.
- Tienes el pulso muy rápido. Voy a encender la luz y a entrar.
- No respiro bien. Enciende la luz.
- No funciona el interruptor. Y la puerta está atascada. Levántate y ven hacia aquí. Sigue mi voz.
- No puedo moverme, Eva ─exclamé agobiado─ te juro que no puede moverme. Abre la maldita puerta y entra.
- No puedo. Voy a pedir ayuda.
- Espera, ya está pasando. No te vayas. Hay otra presencia en la habitación. Algo distinto. No sé lo qué es. Como humo blanco, brillante. La sombra se ha marchado. Huelo a violetas.
    En ese instante se encendieron todas las luces de la habitación, la puerta cedió y Eva entró dando un traspiés.
- ¿Estás bien?
- Sí. Quítame estos electrodos de la cabeza. ¿Qué ha pasado?
- Yo creo que has sufrido una crisis por la estimulación del  campo magnético. Todo lo has imaginado. Ha fallado el interruptor de la luz y encima se atascó la puerta. Eso ha hecho que te pusieras nervioso.
- ¿Y este olor a violetas? ¿Tú no hueles nada?
- Sí, yo también lo huelo, pero vendrá de algún otro sitio.
- ¿Cómo? ¿No dices que la habitación se cierra herméticamente?
- Ven, anda, vamos a mi despacho. ¿Quieres un café? Yo necesito tomar algo.

    Eva quedó en enviarme por correo los resultados de las exploraciones cuando los hubiese revisado. Me preguntó cuándo me marchaba de Madrid y contesté que aún pensaba quedarme un par de días más. Apuntó el número de mi móvil por si tuviese pronto el informe y en tal caso llamarme para que pasase por su consulta a recogerlo.
El día antes de regresar, recibí la llamada de Eva.
- ¿Te marchas mañana, no?
- Sí. ¿Tienes el informe? Si quieres me paso a recogerlo.
- Sí, está listo. Pero, además, tengo que contarte otra cosa. Y preferiría que no fuera en la consulta, así que si no te importa podemos quedar en otro lugar.
- Por mí, estupendo, pero no quiero robarte tiempo de tu vida privada.
- No te preocupes, no llevará mucho tiempo, pero es algo más personal que profesional, ¿entiendes?
- No, digo, sí. Bueno, da igual. ¿Cómo quedamos?
- Podemos quedar sobre las ocho. Hay un lugar no muy lejos de mi consulta que se llama El Kraken, está bien y a esa hora entre semana no hay mucha gente.
- Conozco bien el local. Años atrás, cuando vivía en Madrid, iba bastante por ahí.
- Qué casualidad. Entonces, perfecto. Nos vemos luego.
- Nos vemos.
    En efecto, a las ocho de la tarde del miércoles, El Kraken no es que fuera un apacible oasis pero permitía una relativa intimidad para poder conversar. Nada que ver con el bullicio y la música house comercial que se ponía a todo trapo los fines de semana. Ahora, sonaban los acordes de una sesión de Sasha, un regalo de buena música electrónica del que para mí era el mejor DJ del mundo.
    No descubrí a nadie conocido y las camareras eran nuevas. Pero aquel local seguía inundándome de recuerdos de una época en que pensaba que mi vida podría ser de otra manera, con espacio para el amor y no para el remordimiento y la soledad.
    Eran ya las ocho y diez y temí que Eva hubiera cambiado de opinión pero justo en ese momento entró en El Kraken. Hice una seña con la mano y me localizó enseguida, situado  al final de la barra más cercana a la puerta.
- ¿Qué quieres tomar, Eva?
- Una cerveza.
- ¿Nos pones dos Coronitas? ─dije, volviéndome hacia la camarera─. ¿Qué tal? ─pregunté dirigiéndome a Eva.
- Bien, siento haberme retrasado un poco.
- Para nada.
- ¿Y tú qué tal?
- Eva, ¿estás incómoda? Si no te apetece hablar aquí conmigo, no hay problema.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque rehúyes mi mirada y pareces un poco nerviosa, no haces más que jugar con el pañuelo que llevas en el cuello.
- No, no pasa nada, ¿por qué iba a estar nerviosa?, es que es un poco raro verte aquí después de estar en la consulta.
- Fue idea tuya.
- Ay, sí, es que...
- No andes dándole rodeos, sé lo que quieres decirme, mírame, por Dios, habla ya: tengo una lesión cerebral grave, seguro.
- Oh, no, no es nada de eso ─dijo Eva con una cálida sonrisa─. No tienes nada serio. Cuánto siento haberte preocupado ─añadió dándome un abrazo lleno de ternura que me dejó sorprendido.
- ¿Entonces?
- Es algo difícil de explicar, al menos para alguien acostumbrada al pensamiento científico como yo.
- ¿Te refieres a lo que pasó el otro día?
- No. Me refiero a lo que me pasó anoche. Pensarás que ahora soy yo la que estoy majara.
- No sé, a lo mejor, cuéntame. Es broma, mujer, eres lo más sensato que he conocido, si supieras la de gente rara que me he cruzado...
- Está bien. El caso es que anoche soñé contigo.
- Hombre, me siento halagado, sobre todo si era algo agradable, pero no veo nada de extraño en un sueño.
- ¿Agradable, dices?
- Ya se sabe que en los sueños puede uno tener sensaciones vehementes y...
- No he tenido un sueño más espantoso en toda mi vida. Ha sido horrible. La peor pesadilla. Creía que estaba muerta y atrapada en el purgatorio... o el infierno.
- Pero, de qué hablas, ¿cómo es posible?
- Te veía vestido como uno de esos cruzados de la edad media, con una cruz más corta en el pecho, una cruz de Malta, pero todo tu vestido estaba empapado de sangre. Y luego un desierto y unas ruinas humeantes. Olía a carne quemada y el aire era sofocante. Aún se percibía que la esencia del mal y del terror acaba de pasar por allí. Abandonando las piedras calcinadas se alejaba una mujer cubierta con una túnica en la que había estampada el dibujo de un pájaro oscuro con las alas extendidas o algo similar. Advertí  que no estaba sola, sino que iba acompañada de uno de esos guerreros. Nuestras miradas se cruzaron en la distancia, y lo que descubrí en la mujer de la túnica no era temor sino paz y ternura. Antes de perderse detrás de unas dunas, el cruzado también se giró durante un instante. Y te juro que eras tú. Quise despertarme, de algún modo consciente de que era una pesadilla, pero mis esfuerzos eran inútiles, estaba paralizada y experimentando un sueño lúcido de una intensidad extrema. A continuación, me vi rodeado de una oscuridad sin fisuras, excepto por las visiones de rostros demoníacos y los sonidos de lenguajes desconocidos. Fue entonces cuando pensé que  estaba muerta y condenada en algún lugar de padecimiento eterno, algo en lo que jamás he creído desde que soy adulta.
- Pero es evidente que no estabas muerta ni en el purgatorio.
- No, pero si existe el infierno debe de ser un horror semejante a aquello.  ¿Me pides otra cerveza, por favor?
- Claro. Continúa.
- Los rostros diabólicos fueron tomando rasgos humanos, pero deformes, como sufriendo heridas o quemaduras. Al instante, me encontré en otro lugar, rodeado de una luz abrasadora y ante una paisaje de arenas rojas sin límites. Estaba otra vez en un desierto y los rostros deformados eran de cadáveres que yacían esparcidos a mi alrededor. Tres y el otro.
- ¿Qué quieres decir? ¿Cuatro cadáveres?
- Tres estaban vestidos con ropajes árabes u orientales, y el otro,  con la cara hundida en la arena, con uniforme de soldado.
- De un cruzado.
- No, de un soldado moderno, de nuestros días.
- Perdona. Bebe un poco.
- Tengo que acabar. Sucedió algo inaudito: una mariposa, imagínate, una mariposa en el desierto sin una sola flor, una mariposa negra con reflejos dorados se posó en la nuca del soldado; y, de repente, éste, a quien creía muerto, se levantó de la arena. Tenía la cara manchada de sangre y barro, pero sus facciones no me eran desconocidas: de nuevo eras tú. Dabas unos pasos tambaleantes y comenzabas a gritar como un loco. Yo estaba allí, delante, a solo unos pasos de ti, aunque era como estar flotando un palmo sobre el suelo sin llegar a tocarlo. Tú te percatabas de que te estaba contemplando y entonces te acercabas despacio, dabas la impresión de estar malherido, extendías la mano y repetías unas palabras una vez y otra.
- ¿Qué palabras?
- Dos palabras. No sé lo que quieren decir, pero todavía retumban en mi cabeza. Decías  "¡komakam kon!"
- Es farsi. Significa "¡ayúdame!".
- ¿Farsi? ¿Qué idioma es ese?
- El persa, la lengua que se habla en Irán, pero también lo hablan muchos habitantes de Afganistán.
- ¿Y cómo es que hablas farsi o persa o lo que sea?
- Entiendo un poco y sé decir algunas frases. ¿Cómo lo has adivinado?
- ¿Yo? Querrás decir la pesadilla. Quizás no eran esas palabras pero a ti te suenan así. El mundo de los sueños es absurdo.
- Como las cosas que me ocurrieron en tu consulta. ¿Has traído los resultados?
- Sí, aquí tienes el informe ─dijo Eva, sacando un sobre de su bolso─. Pero ya te adelanto que las exploraciones son normales por completo.
- Entonces, ¿qué explicación tienen los fenómenos que pasaron? ¿Fueron inducidos por el campo magnético pegado a mi cráneo?
- No. De hecho, resulta que el aparato no estaba funcionando.
- ¿Qué? Pero, la presencia que percibí, el apagón de luz, el olor a violetas...
- He estado hablando con Javier y los dos coincidimos en que "las visiones" y los sueños lúcidos que presentas no son más que una manifestación de estrés postraumático. Algo te ocurrió en el desierto que no quieres contar. Aparte de la muerte de la militar canadiense durante el ataque a vuestro convoy, hay algo más, algo que hiciste y tratas de enterrar. Sean unas cosas u otras, son las causantes de tus trastornos y de que en la consulta sintieras la aparición de una presencia que no existía. En cuanto al apagón, no fue más que un fallo momentáneo del circuito eléctrico, el mismo que provocó antes que no funcionase el aparato generador del campo magnético... y en cuanto a esa aroma a violetas, aunque la habitación es casi hermética, hay conductos de ventilación y probamente llegó de otro sitio.
- Todo muy lógico. Según tú.
- Todo muy real, como la vida misma, sin nada sobrenatural, tan sólo hechos que a veces no comprendemos del todo. Y algo más: deberías de cambiar tu estilo de vida, relacionarte con las personas, ir al cine, a una fiesta, ya sabes a lo que me refiero. Créeme, no eres el único que tiene  tinieblas en su pasado.
- Soy consciente de ello. Por cierto, ¿no hablarás por ti?
- Es tarde, tengo que marcharme, llevamos ya un rato aquí.
- Todavía es temprano ─protesté echando un vistazo al reloj─. ¿Me permites que te invite a cenar? Oh, perdona ─me apresuré a continuar─, no sé si te esperan en tu casa un marido y unos hijos. Sería de lo más normal .
- No, no tengo marido ni hijos, pero estoy saliendo con una persona y me está esperando.
- Claro, vaya, me lo temía, pero era de suponer. Vamos fuera, no quiero que por mi culpa hagas esperar a esa persona. Aunque si fuese yo, sólo por volver a ver unos ojos como los tuyos esperaría hasta el fin del mundo.
- Eres un caso ─dijo con una sonrisa─. Javier tenía razón: eres peligroso. Pero me has hecho reír. Salgamos.

    En la puerta de El Kraken la noche nos recibió fresca, seca, sin un soplo de viento. Una típica noche madrileña de noviembre. Al fondo, paseo de la castellana arriba, la luna llena asomaba entre nubarrones deshilachados.
- ¿Te acompaño a algún sitio, Eva?
- No hace falta. Tengo el coche aquí, se lo dejé al aparcacoches.
- Voy a darte una tarjeta con mi dirección, el teléfono, que ya tienes y mi correo electrónico. Quizás te apetezca visitar la zona de la costa donde vivo, hay unos paisajes preciosos y excepto en verano es muy tranquilo. Además, me ayudará bastante hablar contigo.
- Lo que tienes que hacer es buscar ayuda profesional en el sitio donde vives ─replicó Eva, guardándose mi tarjeta en un bolsillo─, y si no, al menos alguien en quien confíes para abrirte de vez en cuando.
- Sí, tienes razón. Pero la verdad es que me gustaría volver a verte. Ya me has dicho que sales con una persona, pero no sé , podemos charlar. No creas que soy de los que insisten con una mujer, no es mi estilo, pero me caes bien, hay algo distinto en ti, y creo, vamos, es una sensación, creo que yo también te caigo bien a ti.
- Piensa lo que quieras, pero es mejor que no volvamos a vernos. Es verdad, que hay cierto misterio en ti que me intriga, pero, no te confundas con otra clase de sentimiento. Además, ya que hablamos de sensaciones o instintos, mi instinto me dice que lo mejor para no complicarme la vida es apartarme de tu camino.
    Durante unos segundos ambos guardamos silencio. El aparcacoches situó el vehículo de Eva frente a la puerta de El Kraken. Ella recogió las llaves y le dio una propina.
- Te agradezco tu franqueza, Eva. Te deseo de verdad que te vaya todo muy bien. Cuídate. Adiós.
- Que tengas buen viaje de regreso. Adiós.
    Él se dio la vuelta deseando separarse cuanto antes de aquella mujer que le había recordado tanto a otra a quien había amado con locura, pero sus pasos eran lentos, los pasos de un hombre perdido en las burbujas de su propia oscuridad. Al fin y al cabo, no se consideraba una buena persona, había sido capaz de sentir odio y venganza con una intensidad extrema en algunos momentos de su vida. Y aquella chica, la neurofisióloga, merecía compartir su vida con un hombre de pasado limpio y con todavía muchos años de ilusiones por delante para hacerla feliz.
    Eva se introdujo en su coche, bajó la ventanilla y respiró hondo. Con un leve temblor en la mano, buscó la tarjeta de visita y la arrugó entre sus dedos antes de dejarla caer fuera del vehículo. Echó una última mirada al hombre que aún estaba de espaldas bajo la luz amarillenta de una farola y se dispuso a marchar. De improvisó, distinguió algo oscuro revoloteando detrás de él: una mariposa negra cuyas alas desprendían reflejos dorados. Una mariposa grande, del tamaño de un pequeño pájaro.
    Notó que un escalofrío le recorría la columna como una lanza de hielo y se frotó los ojos: allí ya no había ningún pájaro o insecto, y el hombre comenzaba a alejarse. Respiró hondo de nuevo y se sintió mejor. Abrió la puerta del coche, recogió la tarjeta arrugada, la desplegó con cuidado y la guardó en su bolso. Hizo girar la llave de contacto y arrancó el coche.
    Rilke escribió:
    "No abras lo ojos. No está aquí,
    aquí ahora no hay nada, sino la noche."